Cristo y los Sacrificios: Una Lectura de Levítico 6

 

Cristo y los Sacrificios: Una Lectura de Levítico 6

Introducción

El libro de Levítico ha sido durante mucho tiempo un territorio desconocido para muchos lectores cristianos. No obstante, para comprender plenamente la obra de Cristo, es fundamental regresar a las raíces del sistema levítico, ya que en sus rituales, mandamientos y ofrendas se esconde un testimonio profético de la redención que ha de manifestarse plenamente en el Mesías. Este capítulo explorará Levítico 6 desde esa clave cristológica, mostrando cómo las categorías de asham, jatá y kafar se cumplen progresivamente en Jesús.


I. Asham: La Restitución y la Encarnación del Hijo

En Levítico 6:1–7 se presenta la categoría de asham (אָשָׁם), comúnmente traducida como "ofrenda por la culpa" o "expiación", pero que en su esencia implica restitución: devolver aquello que ha sido apropiado indebidamente, más una quinta parte adicional. Es una respuesta no meramente ritual, sino relacional: el ofensor reconoce su falta, repara el daño y lo presenta ante Dios.

Cristo cumple esta figura desde su encarnación. Al tomar forma humana, el Hijo eterno viene a "restituir" la humanidad a Dios. El ser humano, creado para la gloria divina, había sido arrebatado por el pecado y la rebelión. En palabras del maestro: "A Dios le robaron algo: su humanidad. Jesús viene a devolvérsela". Desde la encarnación hasta la cruz, Jesús vive como el asham perfecto: restituyendo, obedeciendo, sufriendo, representando al ser humano fiel que le ofrece a Dios lo que verdaderamente le pertenece: una vida en comunión.

Esta restitución no es meramente legal, sino existencial: Cristo, como nuevo Adán, reconstituye la humanidad ante Dios. Y lo hace no como una víctima, sino como siervo voluntario, plenamente consciente de su misión. Isaías 53:10 lo expresa con claridad: "cuando haya puesto su vida en expiación (asham)... verá linaje, vivirá por largos días". El asham culmina en vida, no en muerte.


II. Jatá: La Purificación Celestial y el Cristo Resucitado

Mientras el asham se relaciona con la encarnación y la vida terrenal de Cristo, el jatá (חַטָּאת), comúnmente entendido como "ofrenda por el pecado", se conecta con la purificación de los espacios sagrados y de las conciencias. En Levítico, la sangre del jatá se usa para limpiar el altar, las cortinas, el lugar santo y, en el Día de la Expiación, incluso el propiciatorio.

Esta función purificadora no puede cumplirse hasta que Cristo, habiendo sido resucitado, es declarado Sumo Sacerdote. Según Hebreos 9:12–14, Cristo no entra al santuario terrenal, sino al celestial, y lo hace "por su propia sangre", es decir, por su vida indestructible. Su entrada en los cielos inaugura su ministerio como jatá, purificando no con muerte, sino con la presencia vivificante del resucitado.

El jatá es Cristo en los cielos, actuando como Sumo Sacerdote. No hay expiación sin esa entrada gloriosa. La muerte en la cruz no es el lugar de la purificación; es la resurrección y ascensión lo que permite que Él actúe como el jatá que limpia las conciencias (Hebreos 10:22) y consagra un nuevo acceso al Padre.


III. Kafar: La Cobertura que Nos Hace Adoradores

El término kafar (כָּפַר) suele traducirse como "expiación" o "cubrir". Representa el resultado del proceso: la persona queda cubierta por la misericordia y fidelidad de Dios. Es perdonada, reconciliada, aceptada. Pero más que eso: kafar convierte al individuo en un adorador.

El kafar es posible porque el jatá ha actuado, y este último es posible porque el asham ha restaurado. La lógica es progresiva: Cristo restituye al hombre (asham), lo purifica en los cielos (jatá), y ahora lo presenta ante el trono como adorador cubierto por la gracia (kafar).

1 Juan 1:9 lo expresa con profundidad: "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados (aphíēmi) y limpiarnos (katharízō) de toda maldad". Estas dos palabras griegas traducen respectivamente el concepto de kafar y muestran que el perdón y la limpieza ocurren cuando Cristo actúa desde los cielos como nuestro Sumo Sacerdote.


IV. Distintos Rituales, Distintas Etapas del Cristo Vivo

La confusión teológica muchas veces proviene de ver todos los sacrificios como sinónimos, o de reducirlos todos a la cruz. Pero la revelación progresiva muestra que cada rito levítico corresponde a una etapa distinta de la obra de Cristo:

  • Asham: Encarnación y vida terrenal. Cristo devuelve la humanidad a Dios.

  • Jatá: Resurrección, ascensión y ministerio celestial. Cristo purifica desde los cielos.

  • Kafar: Resultado para el creyente. Somos cubiertos, perdonados y hechos adoradores.

Así entendida, la obra de Cristo no se limita a un instante, sino que abarca todo un proceso glorioso y coherente, anunciado desde Moisés y los profetas (Lucas 24:27).


Conclusión

Levítico 6, a la luz del Mesías, no es una sombra muerta, sino una clave viva. Cristo no solo cumplió los sacrificios: Él es la realidad final de cada uno de ellos. Restituye, purifica, cubre. Y en ese proceso, transforma a pecadores en adoradores, a extraviados en consagrados, y a los que estaban lejos, en íntimos del Trono.

Este capítulo no solo muestra cómo Cristo cumple Levítico; revela que el Evangelio es más amplio que la cruz, más profundo que la muerte, y más glorioso que cualquier sistema ritual: es la encarnación del amor fiel que restaura, purifica y transforma para siempre.

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