Llamados a Ser Asham
Introducción: El sufrimiento cristiano y el misterio del
llamado
Querida iglesia, hoy nos detenemos a meditar en un misterio
profundo que aparece repetidamente en el Nuevo Testamento: el llamado al
sufrimiento. Escuchemos estos siete pasajes sagrados:
- "Ahora
me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta
de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia."
(Colosenses 1:24)
- "Pues
para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas." (1 Pedro 2:21)
- "Porque
a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él,
sino también que padezcáis por él." (Filipenses 1:29)
- "Y
si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo,
si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos
glorificados." (Romanos 8:17)
- "Llevando
en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también
la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos." (2 Corintios
4:10)
- "Gozaos
por cuanto sois partícipes de los padecimientos de Cristo, para que
también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría."
(1 Pedro 4:13)
- "Si
sufrimos, también reinaremos con él." (2 Timoteo 2:12a)
Estos textos nos confrontan con una verdad: el sufrimiento
no es ajeno al llamado cristiano, sino parte esencial del camino. Pero ¿por qué
este llamado? ¿Qué sentido tiene este sufrimiento compartido con Cristo? Para
responder, necesitamos mirar al Siervo descrito en Isaías 53 y entender su
ministerio desde una perspectiva levítica: el Asham en la tierra y el Hattat
en los cielos.
Levítico 5
Para comprender la profundidad de lo que significa que
Cristo se ofreció como Asham, es necesario volver a Levítico 5, donde este
término tiene su contexto original. A partir del versículo 15, el capítulo
describe situaciones en que una persona ha pecado sin intención contra las
cosas sagradas del Señor o ha cometido alguna falta contra otro. En tales
casos, no bastaba con simplemente pedir perdón o devolver lo dañado; era
necesario presentar un asham.
Este asham consistía en ofrecer un carnero sin
defecto y pagar, además de la restitución del daño, un veinte por ciento
adicional. Este rito tenía una función específica: habilitar la restitución.
Sin el asham, no había base para devolver lo que se había tomado o
profanado. Era, por tanto, un acto previo, una declaración solemne, de
reconocimiento de la falta, y de disposición a restaurar la comunión.
Así, el asham no tenía el propósito de castigar,
sino de abrir el camino de regreso. Era un acto profundamente relacional. Un
gesto de reconocimiento y de reparación. Cristo, al ser descrito como asham
en Isaías 53:10, está presentándose como el fiel que habilita la restitución de
la humanidad al Padre.
Jesús en la Tierra: El Siervo como Asham Restaurador
Isaías 53:10 declara que el Siervo “se ofreció a sí mismo
como asham”. Esta palabra ha sido muchas veces traducida como
"expiación" o "culpa", pero en su contexto levítico, el asham
es una ofrenda de restitución voluntaria. En Levítico, el asham era el
rito previo que permitía que lo robado, retenido o profanado fuera devuelto a
su Dueño. Sin el asham, la restitución era imposible.
Cristo, al encarnarse, no viene a reemplazar al ser humano,
sino a restituir lo humano a Dios. Como verdadero hombre, su vida entera
es una ofrenda de obediencia, de adoración y de fidelidad. Desde su nacimiento
hasta su muerte, su humanidad es puesta a prueba: cada tentación, cada
sufrimiento, cada rechazo se convierten en una pregunta dirigida al cielo: “¿Ha
vuelto lo humano a su Dueño?”
Y la respuesta de Cristo fue una vida de obediencia
perfecta. En él, el ser humano ha sido hallado fiel. En él, lo humano ha sido
restituido. El Siervo sufre porque es el hombre fiel en medio de un mundo
infiel. Su sufrimiento revela su fidelidad. Su obediencia es adoración viva. Su
muerte es la corona de una vida entregada y/o derramada.
El Camino de Regreso: Dios encuentra lo humano y lo
devuelve
La encarnación es el inicio de esta restitución. Dios mismo
entra al bosque donde el ser humano se había perdido. No grita desde lejos,
sino que se hace carne, se hace hombre. Y desde dentro de la humanidad, toma de
la mano a lo humano y lo conduce de regreso al Padre. Cristo no regresa solo al
cielo: regresa llevando consigo lo humano restaurado.
No asciende como espíritu desencarnado, sino como hombre
glorificado. En él, lo humano ha sido recibido en la gloria eterna. Esa es
la victoria del asham: la devolución del ser humano a su Dueño. Y no es
simbólica, sino real. En Cristo, hemos sido hallados, recuperados, restituidos.
Jesús en los Cielos: El Sumo Sacerdote como Hattat
Purificador
Pero el ministerio del Siervo no termina en la tierra. Tras
su resurrección, Cristo entra en los cielos como Sumo Sacerdote. Y lo hace como
hattat para purificar el santuario y nuestras conciencias. No
entra con sangre ajena, sino con su vida gloriosa, la sangre que
representa, en el contexto del santuario celestial, su existencia resucitada e
indestructible.
Así como el sacerdote rociaba con sangre los objetos del
tabernáculo para purificarlos, Cristo purifica los cielos y hace posible un
acceso libre al Padre. El hattat es transformador. Su vida, no su muerte
resucitada, es el testimonio continuo que sostiene nuestra comunión con Dios.
La Iglesia como Asham: Un pueblo restituido que vive en
fidelidad
Y ahora, nosotros. La Iglesia no solo recibe esta obra; la
encarna. El llamado cristiano no es solo a creer, sino a vivir como asham.
Esto es lo que explican los siete versículos con los que comenzamos: sufrimos
porque, como Cristo, vivimos para Dios en un mundo que no reconoce su Dueño.
Nuestro sufrimiento es testimonio. Nuestra fidelidad es una ofrenda. Nuestra
obediencia es el eco del Siervo.
Cada acto de amor, de justicia, de perdón, de gracia, es una
declaración profética: "Lo humano ha sido devuelto a Dios." No
cargamos con culpas ajenas, pero cargamos con el llamado de mostrar al mundo
lo que significa ser humano en Cristo.
Conclusión: El Siervo nos ha devuelto, ahora vivamos como
restituidos
Jesús, al ofrecerse como asham, abrió el camino de regreso. Para
devolvernos al Dueño con obediencia, con verdad, con amor. Su vida fue la
prueba perfecta de que lo humano podía volver a Dios. Su resurrección fue la
señal. Su ascensión, la entronización del nuevo Adán. Su ministerio celestial,
la purificación continua de la comunión.
Y ahora, su cuerpo en la tierra, la Iglesia, es llamada a
ser el asham viviente. No como un acto litúrgico aislado, sino como una
vida entera ofrecida al Padre. Por eso sufrimos con gozo. Por eso seguimos sus
pisadas. Por eso vivimos no para nosotros, sino para el que nos restituyó.
Porque en Cristo, lo humano ha vuelto a Dios.
Y por eso comenzamos esta homilía con aquellos siete
versículos. Porque todos ellos muestran que nuestro sufrimiento actual como
Iglesia no es extraño ni accidental, sino parte de nuestro llamado a vivir como
asham. Compartimos los padecimientos de Cristo porque estamos participando
en su ministerio: testificar con nuestra fidelidad que la humanidad ha sido
restituida al Padre. Nuestro sufrimiento es evidencia viva de que, en
Cristo, hemos sido devueltos. Y ahora, nuestra vida entera lo proclama.
El Ministerio del Siervo no ha terminado. Continúa hoy en su
Cuerpo, la Iglesia. Cada acto de obediencia, cada vida ofrecida en fidelidad,
cada gesto de adoración encarnada proclama con fuerza:
“Aquí está lo humano,
Señor. En Cristo hemos vuelto a Ti.”
Amén.
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