EL TRONO DE GRACIA: UN SISTEMA UNIFICADO EN TRES MUEBLES

 EL TRONO DE GRACIA: UN SISTEMA UNIFICADO EN TRES MUEBLES

Rodrigo Vidal

Este documento ofrece un análisis teológico somero que explica cómo los tres muebles del tabernáculo —el Altar de Bronce, el Altar de Oro y el Propiciatorio— forman un solo sistema y que recoge todo el sentido y propósito del mismo como el Trono de Gracia. A lo largo de este estudio, se mostrará cómo cada uno de estos elementos, lejos de ser entidades independientes, refleja diferentes facetas de la aceptación por parte del Dios misericordioso y compasivo. Asimismo, se establecerá la relación con la Trinidad (Hijo, Espíritu Santo y Padre), se subrayará la aplicación progresiva de la sangre y se enfatizará el carácter de esta sangre como símbolo de la vida indestructible de Cristo. Finalmente, se incorporarán los pasajes de Isaías 6 y Apocalipsis que confirman y amplían esta perspectiva, reforzando la verdad de que Dios siempre ha obrado a favor de su pueblo.


1. Palabras Previas

En el Antiguo Testamento, cuando se describe el tabernáculo (Éxodo 25–40), se establecen varios muebles y utensilios que, a primera vista, pueden parecer ceremonialmente desconectados entre sí. Sin embargo, un estudio detenido de las Escrituras revela que esos elementos se hallan unidos por un propósito mayor: facilitar el encuentro de un pueblo necesitado de purificación y reconciliación con un Dios Fiel para presentarle adoración.

Tres muebles se destacan especialmente en el sistema de expiación como recibiendo la sangre  con el propósito de ser purificados:

  1. El Altar de Bronce, ubicado en el atrio, después de la entrada.
  2. El Altar de Oro, situado en el Lugar Santo, frente de las cortinas que separa del Lugar Santísimo.
  3. El Propiciatorio, sobre el Arca del Pacto en el Lugar Santísimo, tras las cortinas.

A través de diversas porciones de la Escritura —principalmente en Levítico, pero también con referencias en Éxodo y en el Nuevo Testamento (en especial, en la Carta a Los Hebreos)— descubrimos cómo la sangre era aplicada cada uno de estos muebles, representando un proceso continuo de purificación que tiene como propósito el estar habilitados para presentar sacrificio de adoración y acción de gracias en la misma presencia de Dios. Este “viaje” de la sangre desde el Propiciatorio hasta el Altar de Bronce pone de manifiesto que no hay compartimentos estancos en la obra de la redención, sino una unidad en la que el Trino Dios actúa para reconciliar al hombre consigo mismo.


2. EL SISTEMA DEL TABERNÁCULO Y SU SIGNIFICADO EN LA EXPIACIÓN

2.1. El Altar de Bronce

  • Ubicación y descripción bíblica
    Se encontraba en el atrio del tabernáculo (Éxodo 27:1-8) inmediatamente después de la puerta de acceso. Era de madera de acacia recubierta de bronce, con cuernos en sus cuatro esquinas. Hay que destacar que el degollamiento del animal se realizaba al costado norte del altar conforme a las indicaciones de la Ley (Levítico 1–7), y, en el caso del sacrificio hattat, se aplicaba la sangre sobre los cuernos del altar y a la base del mismo (p. ej. Levítico 4:30).
  • Función en la expiación
    El Altar de Bronce no era el lugar donde se realizaba directamente la muerte del animal, ya que su degollamiento ocurría al costado norte del altar. Sin embargo, era el lugar donde se presentaba el sacrificio de expiación por medio de la aplicación de la sangre. En los sacrificios regulares, la sangre se colocaba en los cuernos del altar de bronce para purificar el Altar y se derramaba en su base el resto de la sangre de esta manera la acción se conectaba con la consagración inicial del Altar. En el Día de la Expiación (Yom Kipur), además de ser aplicada en los cuernos, se rociaba siete veces sobre el altar, santificándolo de las impurezas del pueblo.

 

La sangre, símbolo de la vida (Levítico 17:11), no era un simple recordatorio de muerte, sino la manifestación de la vida que consagra y purifica. En Yom Kipur, la sangre era llevada al Lugar Santísimo y rociada sobre el Propiciatorio (Hilasterion/Kaphoret), permitendo el acceso a la presencia de Dios. Sin embargo, la expiación no concluye allí. El proceso de purificación no se detenía en el propiciatorio, sino que continuaba conforme a los preceptos divinos, extendiéndose al Altar del Incienso, al velo del tabernáculo, y finalmente al Altar de Bronce, donde la sangre era aplicada en los cuernos del altar y rociada siete veces sobre él, cerrando así el ciclo de la expiación.

El Altar de Bronce es el mismo lugar donde se realizaba la expiación para las personas que no eran sacerdotes, lo que indica que la expiación realizada en Yom Kipur, aunque iniciaba en el Lugar Santísimo, se completaba en el altar de bronce, asegurando la purificación del pueblo y del santuario mismo.

  • Relación con Cristo (el Hijo)
    El Nuevo Testamento presenta la obra redentora de Cristo en términos sacerdotales. Hebreos 9:28 indica que Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; dicho ofrecimiento no se refiere a su muerte en la cruz, sino a su entrada en el Santuario celestial con su propia sangre. Su obra no concluye con su muerte, sino que alcanza su plenitud cuando se presenta como sumo sacerdote ante Dios (Hebreos 9:12, 24), cumpliendo así el verdadero acto de expiación.
  • El Altar de Bronce no tiene como propósito señalar la sangre en sí misma, sino apuntar a Cristo como el Sumo Sacerdote celestial, quien hace posible que todo el proceso de expiación se lleve a cabo. En el Día de la Expiación, el orden de la aplicación de la sangre no comienza en el altar, sino en el Propiciatorio, en el Lugar Santísimo, donde se rociaba como señal de acceso a la presencia de Dios (Levítico 16:14-15). Luego, la purificación continuaba en el Lugar Santo, alcanzando el velo del santuario y el Altar de Oro). Finalmente, el proceso de expiación concluía en el Altar de Bronce, donde la sangre era aplicada sobre sus cuernos y rociada siete veces sobre él (Levítico 16:18-19), asegurando la purificación completa del santuario y la reconciliación con el pueblo.

Aunque en Levítico 16 no se menciona directamente la purificación del Altar de Oro (Altar del Incienso), Éxodo 30:10 establece que una vez al año se debía hacer expiación sobre sus cuernos con la sangre del sacrificio por el pecado, lo que indica que este altar también era purificado en el contexto del Día de la Expiación.

Observa cómo todo este sistema está interconectado: La sangre que se lleva hasta el Propiciatorio no permanece allí, sino que sigue su recorrido hasta el Altar de Bronce, donde la expiación alcanza su consumación. El proceso no está fragmentado, sino que funciona como un solo sistema de purificación y reconciliación, asegurando que no solo el santuario, sino también el pueblo, sean completamente expiados.

Es esta totalidad del proceso lo que la Biblia llama expiación. No se refiere a la muerte del animal, sino que apunta particularmente a la presentación de la sangre en el Lugar Santísimo y su aplicación final en el Altar de Bronce, donde se completa la purificación y la reconciliación. La expiación no se consuma en la muerte del animal en el atrio ni en la sangre rociada en el Propiciatorio, sino en el acto final en el altar, donde se testifica que la obra ha sido aceptada y efectiva para el perdón del pueblo.

Además, el derramamiento de la sangre, al final del proceso, siete veces sobre el Altar de Bronce conecta directamente con la consagración inicial de este mueble. En Éxodo 29:36-37 y Levítico 8:15, el altar debía ser purificado y santificado mediante la sangre para que pudiera servir en la mediación sacerdotal. Este acto de consagración del altar es clave, porque su significado va más allá del mobiliario del tabernáculo: hablar de sacrificio de consagración en Levítico es apuntar al momento en que Cristo fue hecho sacerdote.

Cristo no era sumo sacerdote antes de su resurrección. Como Hebreos declara, fue constituido sumo sacerdote no según la ley de un mandamiento carnal, sino según el poder de una vida indestructible (Hebreos 7:16). Así como el altar era consagrado con sangre antes de ser utilizado en el servicio sacerdotal, la resurrección de Cristo marcó su consagración como Sumo Sacerdote. Solo después de su resurrección pudo entrar al verdadero santuario celestial y aplicar su sangre para la expiación del pueblo.

Así como en Yom Kipur la purificación no terminaba en el Propiciatorio sino en el Altar de Bronce, la obra de Cristo no se reduce a su muerte, sino que se extiende hasta su ministerio sumo sacerdotal en la presencia de Dios, donde su sacrificio es presentado, aceptado y aplicado, trayendo salvación a los que le esperan.

2.2. El Altar de Oro

  • Ubicación y descripción bíblica
    Situado en el Lugar Santo, el Altar de Oro (Éxodo 30:1-10) estaba recubierto completamente de oro y era más pequeño que el de bronce. Sobre él se ofrecía incienso cada mañana y cada tarde (Éxodo 30:7-8).
  • Función en la expiación
    Aunque comúnmente se asocia el Altar de Oro solo con la quema de incienso, la sangre del sacrificio hattat también era aplicada en este altar, especialmente cuando debía ser purificado debido a la contaminación por el pecado involuntario del sacerdote ungido (Levítico 4:7, 18). Esta purificación de la contaminación del Altar de Oro incluía tanto al sacerdote como al sumo sacerdote en días distintos a Yom Kipur.

La aplicación de la sangre del hattat demuestra que la purificación mediante la sangre no se limitaba al Altar de Bronce, ubicado en el atrio—el lugar donde el pueblo se encontraba con Dios para adorarle—sino que también alcanzaba el ámbito de la intercesión, el Lugar Santo, donde el sacerdote ungido se encontraba con Dios para adorarle. Esto indica que la eficacia de la sangre no solo purificaba el altar accesible al pueblo común, sino también el espacio donde los sacerdotes accedían a Dios, mostrando así que todo el proceso expiatorio estaba interconectado.

Si el sacerdote debía encender el incienso en el Altar de Oro y había cometido un pecado involuntario, la contaminación del altar impedía que Dios aceptara tanto el incienso como las oraciones y la adoración que allí se realizaban. Por esta razón, era necesaria la purificación del Altar de Oro por medio de la sangre del sacrificio hattat por parte del sacerdote ungido, asegurando que la intercesión y la adoración fueran aceptables ante Dios.

  • Relación con el Espíritu Santo
    Hebreos 9:14 nos muestra que la obra de Cristo sigue el patrón del sistema sacerdotal del tabernáculo, donde la actividad del sumo sacerdote no se limitaba a la muerte del animal al costado del altar de bronce, sino que implicaba la presentación de la sangre para completar la expiación. En este sentido, la purificación del Altar de Oro con la sangre del hattat (Levítico 4:7, 18) nos proporciona una clave para entender la presentación de Cristo en los cielos. En el tabernáculo terrenal, la contaminación del Altar de Oro debido al pecado involuntario del sacerdote ungido requería su purificación con sangre, asegurando que las oraciones y la intercesión en ese lugar fueran aceptables ante Dios. Esto nos indica que la sangre no solo tenía un propósito expiatorio en el Altar de Bronce, donde el pueblo se acercaba a Dios, sino que también era esencial en el ámbito sacerdotal, donde la intercesión y la adoración eran mediadas por los sacerdotes y aceptadas por Dios.

La obra de Cristo no termina en la cruz, sino que alcanza su plenitud cuando entra en el Santuario celestial y presenta su vida victoriosa ante el Padre. En el antiguo sacrificio del hattat, la sangre purificaba el Altar de Oro para que la intercesión y la adoración sacerdotal fueran efectivas. De manera similar, cuando Cristo se presenta en los cielos, purifica y consagra el acceso al trono de Dios para su pueblo.

La sangre sobre el Altar de Oro nos muestra que el lugar en donde su sacrificio fue ofrecido es el tabernáculo celestial y todo esto lo hizo mediante el Espíritu eterno. Su efecto no solo limpia la conciencia de los creyentes de sus pecados, sino que también establece la base para su continua intercesión como nuestro Sumo Sacerdote, logrando así eterna redención. Como nos dice Hebreos 9:11-12:

«Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.»

En términos más claros, se enfatiza que la obra redentora de Cristo no terminó con la cruz, sino que culminó cuando entró victorioso en el Santuario celestial (el Lugar Santísimo), ofreciendo ante el Padre su vida que en Levítico es simbolizada por la sangre del animal degollado al costado del Altar de Bronce, cuya sangre es símbolo de la vida victoriosa, incorruptible e indestructible del Cristo resucitado. Este acto sella la redención, permite nuestra purificación interior y posibilita que Cristo Jesús interceda permanentemente por nosotros ante Dios, asegurando así nuestra comunión continua con Él.

Esto confirma que la expiación de Cristo no se limita a su muerte, sino que se completa en su ministerio sacerdotal en los cielos, asegurando que nuestra adoración y comunión con Dios sean aceptadas.

2.3. El Propiciatorio

  • Ubicación y descripción bíblica
    El Propiciatorio (kapporet en hebreo; hilasterion en griego) era la cubierta de oro sobre el Arca del Pacto, en el Lugar Santísimo (Éxodo 25:17-22). Sobre él estaban los dos querubines tallados, y allí se manifestaba la presencia de Dios.
  • Función en la expiación
    En el Día de la Expiación (Levítico 16), el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo y rociaba la sangre sobre el Propiciatorio, presentando la vida ofrecida directamente ante Dios. Sin embargo, la expiación no terminaba allí; al salir del santuario, el sacerdote debía aplicar sangre sobre los cuernos del Altar de Bronce y luego rociarla siete veces sobre él, concluyendo así el proceso expiatorio y marcando la plena purificación del pueblo y del santuario.
  • Relación con el Padre
    En Romanos 3:25, Pablo usa la palabra hilasterion para referirse a Cristo como nuestro "Propiciatorio" o "propiciación". Al hacerlo, presenta a Cristo como el lugar mismo donde Dios se encuentra con el pecador para otorgarle misericordia. El Propiciatorio simboliza así la manifestación plena de la justicia reconciliadora de Dios, donde Él no destruye al pecador, sino que lo restaura mediante la sangre. Este acto de expiación comienza precisamente en el Propiciatorio, en la presencia directa de Dios, continúa purificando el Lugar Santo y concluye cuando el sacerdote, habiendo salido del santuario, aplica y rocía finalmente la sangre sobre el Altar de Bronce, completando así todo el proceso expiatorio

Las instrucciones para los distintos sacrificios (Levítico 4:1–5:13; 16:14-19, entre otros) muestran claramente que la sangre del sacrificio hattat no permanecía en un solo lugar, sino que seguía un orden específico y progresivo:

  1. Propiciatorio (Lugar Santísimo): En el Día de la Expiación, la sangre era llevada primero detrás del velo, donde se rociaba sobre el propiciatorio, abriendo el camino hacia la presencia misma de Dios (Levítico 16:14-15).
  2. Altar de Oro (Altar del Incienso): Aunque Levítico 16 no lo menciona directamente, Éxodo 30:10 indica que el Altar del Incienso también se purificaba una vez al año con la sangre del sacrificio por el pecado, señalando la necesidad de purificar el lugar de intercesión sacerdotal.
  3. Altar de Bronce: Finalmente, el sacerdote salía del santuario hacia el Altar de Bronce, donde aplicaba la sangre sobre sus cuernos y la rociaba siete veces sobre él, culminando así la purificación total del santuario y asegurando el perdón y la reconciliación para el pueblo (Levítico 16:18-19).

Este itinerario muestra que la sangre del sacrificio no permanecía únicamente en el propiciatorio, sino que recorría todo el santuario hasta finalizar en el Altar de Bronce, revelando así un solo proceso de expiación. Este proceso unificado apunta directamente al ministerio sumo sacerdotal de Cristo en el Santuario celestial, donde su sangre es presentada ante Dios y su sacrificio es aceptado plenamente. Por esta razón, todo el sistema puede ser entendido como el Trono de Gracia (Hebreos 4:16), pues en cada etapa Dios manifiesta su fidelidad y justicia, reconciliando y purificando completamente a su pueblo.

“En el sistema levítico, el sacrificio hattat implica una secuencia de eventos que culminan con el acercamiento del sacerdote a Dios y la entrega de la ofrenda en Su presencia” (Moffitt).


4. La Trinidad en el Tabernáculo: Un Sistema Unificado en Tres Muebles

El sistema de muebles del Tabernáculo revela la obra de Dios en favor de su pueblo y, a la vez, nos da una representación de la Trinidad. Cada mueble—el Altar de Bronce, el Altar de Oro y el Propiciatorio—está interconectado dentro de un solo proceso de reconciliación y purificación, reflejando la acción unificada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el Trono de Gracia celestial. Esto nos permite entender cómo la expiación no se trata solo de un acto en la tierra, sino de una obra celestial en la que el Trino Dios actúa en perfecta armonía para llevar a cabo la eterna redención.

El Padre en el Propiciatorio

El Propiciatorio (kapporet/hilasterion) es el punto de encuentro entre Dios y su pueblo. En el Día de la Expiación, la sangre era llevada al Lugar Santísimo y rociada sobre el Propiciatorio, indicando que la presencia de Dios es el inicio del proceso expiatorio. Aquí, el Padre es representado como Aquel que recibe el sacrificio y manifiesta su justicia redentora.

Pablo en Romanos 3:25 llama a Cristo el hilasterion, mostrándonos que el Propiciatorio es el lugar donde la misericordia de Dios se encuentra con la sangre expiatoria, otorgando perdón. En este contexto, el Padre no es un juez que busca castigar, sino aquel que, desde su Trono de Gracia, acepta el sacrificio del Hijo presentado en el santuario celestial, reconciliando de esta forma al hombre con Dios. La justicia de Dios no es retributiva, sino restauradora; se revela en la aceptación de la vida victoriosa ofrecida y en la reconciliación que esto produce.

 

El Espíritu Santo en el Altar de Oro

El Altar de Oro, situado en el Lugar Santo, es el lugar de la intercesión y la adoración. Sobre él se quemaba incienso cada día, el cual subía como un aroma grato ante Dios, representando las oraciones del pueblo. En el sistema de expiación, la sangre también era aplicada a este altar, indicando que la purificación de la intercesión era necesaria para que las oraciones fueran aceptadas.

El Espíritu Santo se revela en este mueble porque es quien intercede y purifica nuestras oraciones y adoración. Hebreos 9:14 nos dice que Cristo ofreció su sacrificio por el Espíritu eterno, lo que nos indica que la obra de intercesión de Cristo en los cielos ocurre en el poder del Espíritu. Así como el incienso subía del Altar de Oro, nuestras oraciones y adoración son presentadas a Dios mediante la acción del Espíritu Santo, quien nos santifica y nos hace aceptables ante el Padre.

La sangre sobre el Altar de Oro nos muestra que el lugar de la intercesión es celestial, no terrenal, y que es el Espíritu Santo quien facilita nuestra comunión con Dios. Romanos 8:26 dice que el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles, lo que confirma su papel en este altar celestial.

El Hijo en el Altar de Bronce

El Altar de Bronce es el lugar donde la sangre era finalmente aplicada en el proceso expiatorio, asegurando la purificación del pueblo y del santuario. Sin embargo, este altar no representa la muerte del animal, sino el acto de mediación y consumación de la expiación. La sangre no permanece en el Propiciatorio, sino que sigue su recorrido hasta el Altar de Bronce, indicando que la obra del Hijo no termina en la presentación de su sacrificio en el santuario celestial, sino en su ministerio como nuestro Sumo Sacerdote.

Cristo es representado en el Altar de Bronce no como el cordero sacrificado en la tierra, sino como el Sumo Sacerdote celestial que aplica su propia sangre en el santuario de los cielos (Hebreos 9:12, 24). Su resurrección es la clave, pues solo después de ella Cristo es constituido como Sumo Sacerdote. De la misma manera en que el altar era santificado con sangre antes de ser usado para la mediación sacerdotal, la resurrección de Cristo lo consagra como el mediador eterno.

Este altar nos muestra que la obra de Cristo no es solo su muerte, sino su intercesión continua. Como dice Hebreos 7:25, Cristo vive siempre para interceder por nosotros. Su ministerio no es un evento pasado, sino una realidad presente en el santuario celestial.

En conclusión, el sistema de expiación del Tabernáculo revela que la obra redentora de Dios no es fragmentada, sino unificada en la Trinidad. El Padre recibe la sangre (la Vida Indestructible de Cristo) en el Propiciatorio, revelando su misericordia y justicia restauradora. El Espíritu Santo en el Altar de Oro nos muestra la intercesión y purificación necesarias para nuestra adoración y comunión con Dios. El Hijo en el Altar de Bronce completa el proceso al ser nuestro Sumo Sacerdote que intercede en los cielos.

Estos tres muebles no son entidades separadas, sino partes de un solo sistema: el Trono de Gracia, donde el Dios Trino actúa en favor de su pueblo. Así, podemos acercarnos confiadamente al trono celestial, donde encontramos misericordia y gracia en el tiempo oportuno (Hebreos 4:16)..


 

5. ISAÍAS Y LA PURIFICACIÓN POR EL CARBÓN ENCENDIDO (ISAÍAS 6)

Un pasaje profético que reafirma estos principios se encuentra en Isaías 6. Allí, el profeta ve al Señor sentado en Su trono y reconoce su propia impureza (Isaías 6:5). Inmediatamente, un serafín toma un carbón encendido del altar y toca los labios del profeta, declarándolo limpio (6:6-7).

  1. Origen del carbón: Proviene del altar, ya sea del Altar del Holocausto o del Altar del Incienso, ya que ambos han sido purificados con sangre. En ambos altares hay carbones encendidos y ambos están vinculados con la aceptación del adorador, demostrando que la purificación y el acceso a la presencia de Dios siguen un mismo proceso unificado en el tabernáculo.
  2. Acción purificadora: El toque de ese carbón confirma que la expiación no destruye al pecador, sino que le otorga la posibilidad de servir.
  3. Llamamiento: Una vez limpio, Isaías puede responder: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8). De la misma manera, los creyentes purificados como resultado de la vida indestructible de Cristo están capacitados para cumplir el servicio al que Dios los llama.

Así, antes de la manifestación plena de Cristo en la historia, el acto purificador en la experiencia de Isaías prefigura la eficacia del Trono de Gracia, donde un Dios santo se acerca para tocar y limpiar al hombre pecador.


6. LAS ALMAS BAJO EL ALTAR Y LAS ORACIONES DE LOS SANTOS (APOCALIPSIS)

El Altar de Oro en Apocalipsis es un símbolo central del Santuario Celestial, donde la justicia de Dios se manifiesta como la expresión de su fidelidad a la relación que ha establecido con su pueblo, con un carácter redentor, restaurador, salvador y libertador.

En Apocalipsis 8:3-5, este altar aparece como el lugar donde las oraciones de los santos son recibidas y donde Dios responde con fidelidad a su pueblo. Más adelante, en Apocalipsis 9:13 y 14:18, el altar se convierte en el punto desde donde se emiten órdenes de intervención divina, revelando que la justicia de Dios no es solo intercesión, sino también acción concreta para redimir y restaurar a los suyos.

Esto nos muestra que el juicio de Dios no es un acto arbitrario, sino la manifestación de su coherencia y fidelidad, respondiendo al clamor de su pueblo y ejecutando su plan de redención en la historia.


El Altar de Oro y la Intercesión en Apocalipsis 8:3-5

En Apocalipsis 8:3-5, la escena comienza con un ángel que se acerca al Altar de Oro con incienso, el cual se mezcla con las oraciones de los santos:

"Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos." (Apocalipsis 8:3-4)

Esta imagen confirma que la justicia de Dios es, ante todo, su fidelidad a su pueblo. Dios no ignora las súplicas de sus hijos; recibe sus oraciones y responde conforme a su carácter. La intercesión en el altar muestra que la justicia de Dios es una justicia que restaura y salva, antes que una que condena y castiga.

Pero en el versículo siguiente ocurre un cambio significativo:

"Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, voces, relámpagos y un terremoto." (Apocalipsis 8:5)

El fuego que subía en intercesión ahora es lanzado a la tierra en respuesta divina. Aquí se muestra que la justicia de Dios no solo escucha el clamor de los suyos, sino que también actúa en consecuencia. La intervención divina no es castigo sin propósito, sino la manifestación de su fidelidad, trayendo liberación a su pueblo mientras juzga lo que se opone a su propósito redentor.


El Altar de Oro y la Ejecución de la Justicia en Apocalipsis 9:13 y 14:18

Mientras que en Apocalipsis 8 el altar es el lugar donde se reciben las oraciones, en Apocalipsis 9:13 se convierte en el punto desde donde se emite la orden de intervención divina:

"El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios." (Apocalipsis 9:13)

En el Antiguo Testamento, el Altar de Oro tenía cuernos que eran purificados con la sangre del sacrificio (Éxodo 30:10; Levítico 4:7), lo que lo vinculaba con la expiación y la intercesión sacerdotal. En Apocalipsis, los cuernos del altar no están relacionados con el refugio de pecadores (como sí lo estaban los del Altar de Bronce), sino con el ejercicio de la justicia divina desde el Santuario Celestial.

De manera similar, en Apocalipsis 14:18, otro ángel sale del altar y declara que el tiempo de la cosecha ha llegado:

"Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras." (Apocalipsis 14:18)

Aquí vemos que la justicia de Dios no es simplemente castigo sobre el mal, sino la consumación de su obra de redención, asegurando que su pueblo sea restaurado y librado del mal.


El Altar de Oro y el Ministerio Sumo Sacerdotal de Cristo

Desde la perspectiva del Santuario Celestial, el Altar de Oro es el lugar donde Cristo intercede continuamente por su pueblo (Hebreos 7:25). Como se ha establecido en este estudio, Cristo no era Sumo Sacerdote antes de su resurrección, sino que fue constituido como tal después de vencer la muerte y ascender al verdadero Santuario Celestial con su propia sangre (Hebreos 9:12).

Este altar es el centro de la obra sacerdotal de Cristo, donde intercede por los suyos y desde donde Dios responde con fidelidad.

  • En Apocalipsis 8, el altar es el lugar donde las oraciones de los santos son escuchadas y donde la intervención divina es activada en favor de su pueblo.
  • En Apocalipsis 9 y 14, el altar es el punto desde donde Dios ejecuta su fidelidad, asegurando la redención de los suyos y la consumación de su plan.

Cristo, como Sumo Sacerdote en el Santuario Celestial, no solo intercede por su pueblo, sino que también administra la fidelidad de Dios en la historia. Su justicia es restauradora y libertadora, asegurando que los que han confiado en Él sean reivindicados.


Conclusión: El Altar de Oro y la Justicia de Dios en Apocalipsis

El Altar de Oro en Apocalipsis nos muestra que la justicia de Dios es la manifestación de su fidelidad.

  • En Apocalipsis 8:3-5, la justicia de Dios se muestra en la intercesión: Él recibe las oraciones de los santos y responde con fidelidad.
  • En Apocalipsis 9:13 y 14:18, la justicia de Dios se muestra en la ejecución de su fidelidad: Dios actúa para restaurar, salvar y liberar a su pueblo.
  • Cristo, como Sumo Sacerdote en el Santuario Celestial, es la garantía de esta justicia: Él intercede y administra la fidelidad de Dios para con los suyos.

Así, el Altar de Oro no es un símbolo de castigo, sino el centro de la actividad redentora y restauradora de Dios. Desde allí, Cristo intercede, Dios responde, y su justicia actúa en fidelidad para restaurar y salvar a los que le pertenecen.

 


7. EL TRIUNFO DE CRISTO SOBRE EL DIABLO: LA VICTORIA FUNDADA EN SU RESURRECCIÓN

La obra redentora de Cristo no solo atañe a la purificación del creyente y a su acceso pleno al Padre, sino que también involucra la derrota del adversario. Sin embargo, esta derrota no se consuma en la cruz, sino en la resurrección de Cristo, cuando el Señor Jesús es hecho Sumo Sacerdote para así entrar al Lugar Santísimo en el cielo, donde establece su victoria de manera definitiva.

1.      La derrota del diablo en la resurrección y la entronización de Cristo

Hebreos 2:14-15 declara:

"Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre."

A primera vista, el texto parecería indicar que Cristo derrota al diablo por su muerte. Sin embargo, cuando consideramos el contexto bíblico más amplio y el patrón revelado en el Tabernáculo, notamos que la victoria no está en el acto de morir, sino en lo que sigue después de la muerte: la resurrección y la ascensión.

La clave del argumento de Hebreos está en que Cristo destruye el poder del diablo porque resucita con una vida indestructible (Hebreos 7:16) y entra al Lugar Santísimo por su propia sangre, asegurando la redención eterna para su pueblo (Hebreos 9:12). Si Cristo hubiese muerto pero no resucitado, el poder del diablo no habría sido quebrantado. La resurrección es lo que garantiza la victoria, pues Cristo ya no está sujeto a la muerte y, por lo tanto, tampoco sus redimidos.

2. El Tabernáculo y la victoria de Cristo en el cielo

La estructura del Tabernáculo nos ayuda a entender esta progresión de la victoria de Cristo:

  • En el Propiciatorio, Cristo presenta su vida indestructible (presenta su sacrificio) ante el Padre. Este es el punto donde su victoria es aceptada y confirmada, marcando el inicio de su reino sobre toda potestad (el “ya, pero todavía no”).
  • En el Altar de Oro, se manifiesta el poder de su intercesión continua. Su victoria no es momentánea, sino que permanece, asegurando la constante comunión de los creyentes con Dios.
  • En el Altar de Bronce, el resultado de su victoria llega hasta la humanidad redimida. La reconciliación no es solo con Dios, sino que también rompe el dominio del diablo sobre el creyente, sellando la derrota de su imperio de muerte.

La sangre de Cristo no queda en la cruz, sino que sigue su recorrido hasta el Trono de Gracia. Esta trayectoria confirma que la victoria sobre el diablo se consuma no en la cruz, sino en el santuario celestial, donde Cristo establece su señorío absoluto.

3. La resurrección como el acto que destruye el imperio de la muerte

El diablo tenía el poder de la muerte porque el pecado separaba al hombre de Dios, condenándolo a un estado de alienación y esclavitud. Pero Cristo, al resucitar, vence la muerte y rompe este dominio.

Romanos 6:9 dice:
"Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él."

Esta afirmación es crucial porque muestra que la victoria de Cristo se basa en su resurrección, no en su muerte. En la cruz, Cristo da comienzo al Nuevo Pacto previamente profetizado, pero no es hasta su resurrección que Él es hecho Sumo Sacerdote y que el poder del diablo es efectivamente destruido.

Colosenses 2:15 también nos dice que Cristo despojó a los principados y potestades, exhibiéndolos públicamente. Sin embargo, este despojo no ocurre en la cruz, sino cuando Cristo una vez resucitado, asciende victorioso al cielo y es entronizado a la diestra de Dios. En este acto, él asume su posición de autoridad y poder, asegurando que el diablo ya no tenga derechos sobre aquellos que están en él.

4. La intercesión de Cristo y la garantía de su victoria

Cristo no solo venció al diablo al resucitar, sino que su victoria se mantiene activa por su intercesión constante en el santuario celestial. Hebreos 7:25 declara que "vive siempre para interceder por ellos", lo que significa que la derrota del diablo no es un hecho pasado, sino una realidad que se mantiene vigente a lo largo del tiempo.

La intercesión de Cristo es la evidencia de que el diablo ha sido vencido, porque la presencia del Hijo en el cielo garantiza que su pueblo tiene acceso directo a Dios y que el enemigo no puede reclamar ninguna acusación contra ellos. El Altar de Oro, donde la intercesión ocurre, es el símbolo de este ministerio incesante que sostiene la victoria de los redimidos.

5. La liberación plena del creyente: de la muerte a la vida

La victoria de Cristo no solo despoja al diablo de su poder, sino que transforma la condición del creyente. En lugar de vivir bajo el temor de la muerte, ahora podemos vivir en la seguridad de la vida eterna.

Cristo, al completar la expiación en el santuario celestial, asegura que el enemigo ya no tiene poder para retener a los que han sido redimidos. La sangre aplicada en el Propiciatorio, seguida por su movimiento hacia el Altar de Oro y finalmente al Altar de Bronce, demuestra que la victoria de Cristo es integral y efectiva.

Como nos dice 1 Corintios 15:55-57:

"¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? […] Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo."

En conclusión, el Tabernáculo revela que la victoria de Cristo no se encuentra en su muerte, sino en su resurrección y en su ministerio sacerdotal en el cielo. El diablo tenía poder porque la muerte era la condena de la humanidad caída, pero Cristo, al vencer la muerte, ascender y entrar a los cielos como sumo sacerdote para llevar a cabo la purificación y sentarse en el Trono, ha anulado ese poder y ha asegurado la libertad de su pueblo.

La sangre no se detiene en la cruz, sino que sigue su curso hasta el Trono de Gracia. El proceso expiatorio celestial muestra que la derrota del diablo se consuma cuando Cristo, resucitado y glorificado, se sienta a la diestra del Padre y establece su dominio eterno.

Por lo tanto, la victoria de Cristo sobre el diablo no es solo un evento pasado, sino una realidad presente y activa, asegurada en el santuario celestial. Como dice Hebreos 4:16, podemos acercarnos confiadamente al Trono de la Gracia, porque Cristo ha abierto el camino y ha sellado la derrota del enemigo para siempre, porque la victoria sobre el diablo es la vida indestructible de Cristo.


8. LA SANGRE COMO SÍMBOLO DE LA VIDA INDESTRUCTIBLE DE CRISTO

La Escritura afirma que “la vida de la carne está en la sangre” (Levítico 17:11). Así, al hablar de la sangre de Cristo, se hace referencia directa a la vida glorificada e incorruptible del Señor, la cual tiene poder para purificar y santificar plenamente (Hebreos 9:13-14).

• Hebreos 7:16 describe el sacerdocio de Cristo como uno establecido “no según la ley del mandamiento carnal, sino según el poder de una vida indestructible”.

• Es esta vida incorruptible la que Cristo presenta “en el cielo mismo” (Hebreos 9:24). Por esta razón, el sacrificio de Jesús no alcanza su plenitud en la cruz, sino en su presentación tras la resurrección delante del Trono de Dios, haciendo que su obra expiatoria sea perfecta y definitiva. Su vida indestructible garantiza así un acceso eterno y pleno a la presencia divina para los creyentes.

Al decir que Cristo se presentó en el Lugar Santísimo celestial por medio de su sangre, es necesario comprender que:

  1. Su sangre no representa muerte, sino la vida resucita y ofrecida en el santuario celestial ante Dios. La sangre simboliza la vida indestructible de Cristo, que muestra que Él vive eternamente, habiendo triunfado sobre el pecado y la muerte (Hebreos 9:12).
  2. Cristo mismo es el agente purificador. No es la sangre en sí misma la que purifica (el líquido), sino la presencia misma del Cristo resucitado ante el Padre. En su condición victoriosa, Él se presenta en el verdadero Santuario Celestial para interceder efectivamente por su pueblo (Hebreos 9:24).
  3. Cristo asegura la reconciliación definitiva y la confianza plena de los creyentes al acercarse al Trono de la Gracia. Su vida victoriosa, Su presencia celestial, es la base firme sobre la que descansa la confianza y seguridad de los redimidos para acudir a Dios (Hebreos 4:16).
  4. Cristo venció al pecado, a la muerte y al que tenía el imperio de la muerte, es decir, al diablo. Su obra redentora completada en los cielos no solo despoja al enemigo de todo poder sobre la humanidad redimida (Hebreos 2:14-15) sino que también lleva a cabo la expiación completa, definitiva y eterna cual Sumo Sacerdote en el santuario celestial.

9. CONCLUSIÓN: El Trono de Gracia como Unificación del Sistema del Tabernáculo

Este estudio ha demostrado que los tres muebles del tabernáculo —el Altar de Bronce, el Altar de Oro y el Propiciatorio— no son elementos aislados, sino que forman un sistema unificado que revela la obra de Dios en la redención y reconciliación de su pueblo. Este sistema, que llamamos el Trono de Gracia, es el lugar donde Dios manifiesta su justicia restauradora, permitiendo el acceso pleno a su presencia de adoradores en Espíritu y Verdad.

A lo largo del análisis, hemos visto que la sangre aplicada progresivamente en estos muebles no representa muerte, sino vida. En el modelo del tabernáculo, la sangre no solo se aplicaría en el Propiciatorio, sino que su aplicación incluía todo el santuario hasta culminar en el Altar de Bronce, mostrando un proceso integral y progresivo de purificación. Este patrón se cumple plenamente en la obra de Cristo, quien, habiendo sido hecho Sumo Sacerdote por su resurrección, entró al Santuario celestial para presentar el sacrificio de si mismo ante el Padre y así llevar a cabo la purificación, para obtener la redención eterna.

La Trinidad en el Trono de Gracia

El sistema del tabernáculo refleja la acción unificada del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la expiación y reconciliación de su pueblo:

  • El Padre en el Propiciatorio: Es quien recibe la sangre, garantizando la misericordia y la justicia restauradora.
  • El Espíritu Santo en el Altar de Oro: Representa la intercesión y la mediación de nuestras oraciones y adoración.
  • El Hijo en el Altar de Bronce: Completa la expiación como Sumo Sacerdote celestial, asegurando la reconciliación y la purificación definitiva.

La Sangre de Cristo: Símbolo de su Vida Indestructible

El análisis ha dejado claro que en el pensamiento bíblico, la sangre no representa la muerte, sino la vida. Así, la sangre de Cristo simboliza su vida resucitada e incorruptible, la cual Él presenta en el santuario celestial para nuestra purificación y reconciliación con Dios. La victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el diablo no se consuma en la cruz, sino en su resurrección y su ministerio sacerdotal en los cielos.

La Relevancia de Isaías 6 y Apocalipsis

Tanto Isaías 6 como Apocalipsis confirman esta realidad:

  • En Isaías 6, el carbón tomado del altar purifica al profeta, anticipando la obra expiatoria de Cristo.
  • En Apocalipsis, las almas bajo el altar y las oraciones en el Altar de Oro reflejan la intercesión continua de Cristo en los cielos y la vindicación final de su pueblo.

Conclusión Final

El tabernáculo terrenal era solo una sombra de la obra que Cristo llevaría a cabo en el santuario celestial. La sangre que recorría el tabernáculo muestra que la redención no se reduce a la cruz, sino que se consuma en el trono celestial, donde Cristo, resucitado y glorificado, actúa como nuestro Sumo Sacerdote.

Por esta razón, Hebreos 4:16 nos exhorta a acercarnos confiadamente al Trono de la Gracia, porque Cristo ha abierto el camino y ha garantizado nuestra plena reconciliación con Dios. Este Trono de Gracia, sustentado en la vida victoriosa de Cristo, es el lugar donde encontramos misericordia y redención en todo tiempo.

 

 

 

 

El Trono de Gracia: La Unificación del Sistema del Tabernáculo y su Relación con el Juicio y la Misericordia

A lo largo de las Escrituras, el Trono de Dios se revela como un punto central donde convergen la misericordia y el juicio. Desde la visión de Isaías hasta las revelaciones en Apocalipsis, se muestra que la manera en que una persona se acerca a Dios determina su experiencia: gracia y purificación para los creyentes, juicio y condenación para los rebeldes. Este concepto se clarifica al comprender la relación entre los tres elementos del tabernáculo: el Altar de Bronce, el Altar de Oro y el Propiciatorio, los cuales juntos conforman el Trono de Gracia. En este ensayo, se analizará cómo esta unificación del sistema tabernacular resalta la doble función del Trono de Dios, según la predicación analizada y la teología expuesta en "El Trono de Gracia".

1. El Trono de Dios: Fuente de Vida y Juicio

La Escritura deja en claro que del Trono de Dios emanan ríos. En Apocalipsis 22:1, se describe un "río limpio de agua viva, resplandeciente como cristal", fluyendo del Trono de Dios y del Cordero, lo que simboliza la vida abundante que Dios da a los suyos. Sin embargo, Daniel 7:10 muestra otra realidad: "Un río de fuego procedía y salía de delante de él", lo que indica que el mismo trono puede ser fuente de juicio.

Este contraste revela que la relación de cada persona con Dios determina cómo experimentará el Trono. Los creyentes, por la fe en Cristo, hallan gracia y purificación; los impíos, en cambio, enfrentan el juicio. Esta idea se extiende al estudio del tabernáculo, donde el Trono de Gracia se manifiesta en tres muebles interconectados.

2. El Sistema del Tabernáculo: Un Solo Trono en Tres Elementos

En la economía divina, el Altar de Bronce, el Altar de Oro y el Propiciatorio no son entidades separadas, sino parte de un solo sistema de reconciliación. Cada uno representa una faceta en el proceso de expiación y purificación:

El Altar de Bronce: Ubicado en el atrio, era el lugar donde se aplicaba la sangre en la base y los cuernos del altar (Levítico 4:30). Aunque el sacrificio se degollaba al costado del altar, la expiación se completaba cuando la sangre era aplicada sobre el altar mismo. Esto anticipa la intercesión de Cristo, quien, tras su resurrección, entra al Lugar Santísimo celestial para consumar la expiación (Hebreos 9:12, 24).

El Altar de Oro: Situado en el Lugar Santo, aquí se quemaba incienso representando las oraciones de los santos (Apocalipsis 8:3-4). Pero también era purificado con sangre (Levítico 4:7), mostrando que la intercesión también requiere expiación. En el ministerio celestial de Cristo, este altar tipifica su constante intercesión ante el Padre por los creyentes.

El Propiciatorio: Como la tapa del Arca del Pacto, era el punto culminante de la expiación en el Día de la Expiación. La sangre rociada aquí aseguraba la reconciliación del pueblo con Dios. Romanos 3:25 llama a Cristo el "hilasterion" (propiciatorio), indicando que su vida ofrecida es el verdadero medio por el cual Dios manifiesta su justicia restauradora.

En el tabernáculo, la sangre del sacrificio no se detenía en un solo mueble, sino que recorría el sistema: desde el Propiciatorio hasta el Altar de Bronce, completando el proceso expiatorio. De manera análoga, la obra de Cristo no se limita a la cruz, sino que alcanza su consumación en su ministerio como Sumo Sacerdote en el santuario celestial.

3. Isaías y Apocalipsis: Testimonios del Trono de Gracia

La visión de Isaías en el capítulo 6 reafirma esta conexión. Isaías ve al Señor en su trono, y un serafín toma un carbón encendido del altar para tocar sus labios y purificarlo. El carbón, proveniente de un altar purificado con sangre, simboliza la obra expiatoria de Cristo, quien no destruye sino que restaura.

Por otro lado, en Apocalipsis 6:9-11, las almas de los mártires claman desde debajo del altar, esperando la justicia de Dios. Esto confirma que el Trono de Gracia también es un testigo del juicio divino contra quienes rechazan su misericordia. Apocalipsis 14:18-19 muestra que el fuego del altar también es usado para el juicio final, separando a los impíos como racimos maduros para la ira divina.

4. La Sangre de Cristo: Vida Indestructible y Victoria Final

Levítico 17:11 declara que "la vida de la carne está en la sangre". En este contexto, la sangre de Cristo no representa su muerte, sino su vida indestructible ofrecida ante el Padre (Hebreos 9:12). Por ello, la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte no se consuma en la cruz, sino en su resurrección y ministerio sumo sacerdotal.

El libro de Hebreos muestra que Cristo, habiendo sido constituido Sumo Sacerdote por su resurrección, intercede permanentemente en el santuario celestial (Hebreos 7:25). Esto garantiza que su pueblo tenga acceso continuo al Trono de Gracia (Hebreos 4:16).

5. Conclusión: Un Solo Trono, Dos Destinos

El Trono de Dios no es un lugar ambiguo. Para los que confían en Cristo, es un trono de gracia, un altar de purificación y un lugar de intercesión continua. Para los que rechazan su gracia, se convierte en un trono de juicio, un altar de testimonio en su contra y una fuente de condenación.

El sistema del tabernáculo revela la acción unificada del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la expiación y reconciliación del pueblo. La sangre de Cristo, como su vida victoriosa y resucitada, sella el acceso al Trono de Dios, asegurando la redención eterna para los creyentes.

Como dice Hebreos 4:16: "Acerquémonos, pues, confiadamente al Trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro". La pregunta final es: ¿Cómo nos acercamos al Trono de Dios? La respuesta determinará si experimentamos su gracia o su juicio eterno.

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