El Sufrimiento del Asham: Participar en Cristo como Humanidad Restituida

 Capítulo X: El Sufrimiento del Asham: Participar en Cristo como Humanidad Restituida

"Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia."

Colosenses 1:24

Uno de los temas más incomprendidos tanto en la experiencia humana como en la vida cristiana es el del sufrimiento. Desde nuestras primeras vivencias dolorosas, buscamos respuestas, consuelo o alguna forma de evitación. En la cultura contemporánea, el sufrimiento ha sido casi demonizado; se ha transformado en una experiencia que debe evitarse a toda costa, incluso en los espacios de fe. Por ello, no sorprende que haya iglesias o movimientos que promuevan el mensaje de "Pare de Sufrir" como si el Evangelio de Cristo se tratara de una promesa de comodidad. Sin embargo, las Escrituras presentan otra realidad, una en la que el sufrimiento no solo es inevitable, sino también vocacional. Este capítulo busca presentar una visión renovada del sufrimiento desde la categoría levítica del asham, y cómo esta categoría, aplicada a la vida de Cristo y de su iglesia, nos invita a redescubrir el valor redentor y testificativo de nuestra participación en el dolor.

Pablo, escribiendo a los colosenses desde la prisión, introduce una declaración que ha generado incomodidad a lo largo de la historia cristiana: "me gozo en lo que padezco por vosotros" (Col. 1:24). No solo afirma estar sufriendo, sino que se goza en ese sufrimiento. Y no se trata de un sufrimiento en general, sino de uno específico: "por vosotros", es decir, por la iglesia. Aquí, el apóstol no está simplemente compartiendo su dolor, sino ubicándolo dentro del marco del cuerpo de Cristo. Pero aún más, declara que está "cumpliendo en su carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo". ¿Qué puede faltar en las aflicciones del Mesías? ¿No fue su sufrimiento suficiente? ¿No fue "consumado" como él mismo declaró en la cruz?

La respuesta no reside en una supuesta insuficiencia del sufrimiento de Jesús, porque el sufrimiento en sí mismo no es la causa de nuestra redención. La redención proviene de Cristo mismo: de su ser, de su vida encarnada, de su fidelidad inquebrantable en medio de la adversidad, de su muerte, de su resurrección y de su entronización a la diestra de Dios. Es toda su trayectoria obediente, su entrega total como Hijo, lo que restaura al ser humano delante de Dios.

Lo que falta, por tanto, no es redención, sino testimonio. No es un pago, sino participación. La iglesia, como cuerpo de Cristo, está llamada a completar en la historia el testimonio visible del Hijo de Dios, mostrando en su carne lo que él mostró: fidelidad, obediencia, humildad y amor perseverante en medio del quebranto. Pablo no está diciendo que redime con su sufrimiento, sino que vive esa vocación como miembro del cuerpo, al que todavía le toca ser testigo en medio de un mundo que resiste a la restitución.

Para entender esta participación del creyente en los padecimientos de Cristo, es necesario recurrir a un marco veterotestamentario que nos ayude a comprender el lugar del sufrimiento en la economía de Dios. Este marco lo encontramos en los rituales levíticos, y especialmente en la categoría del asham.

La mayoría de las traducciones modernas traducen asham como "expiación", "ofrenda por el pecado" o "sacrificio por la culpa". Sin embargo, al observar con cuidado su función en los textos levíticos, notamos que el asham no tiene como centro la idea de castigo, sino la de restitución. Es el rito que habilita la devolución, el acto que permite recuperar lo perdido, lo profanado, lo dañado. Va más allá de simplemente una expiación penal, sino un acto de fidelidad que reestablece el orden roto.

Isaías 53:10 declara que el Siervo del Señor "se entrega a sí mismo como asham", como esta ofrenda de restitución. Esto cambia radicalmente el sentido de su sufrimiento. Jesús no muere simplemente como alguien que absorbe el castigo divino, sino como quien, a través de su obediencia hasta la muerte, restaura a la humanidad delante de Dios. Y esta restauración no comienza en la cruz, sino en la encarnación. El asham en Cristo, es la entrega fiel cual oferente que restituye aquello que le pertenecía a Dios.

La vida entera de Jesús fue una entrega como asham. Desde el momento en que se hizo carne, el Hijo de Dios asumió la humanidad no solo para representarla, sino para recuperarla. El asham no comienza con la muerte, sino con su vida encarnada. La fidelidad, la pureza, la obediencia y la integridad de Cristo como hombre fueron la prueba viva de que lo humano, en Cristo, volvía a Dios. Su humanidad perfecta fue el camino de regreso. La cruz fue la confirmación de su fidelidad hasta el fin, pero el asham comenzó cuando decidió ser humano.

Esta visión cambia por completo la manera en que entendemos el sufrimiento del creyente. Si Jesús fue asham desde su encarnación, y nosotros somos ahora su cuerpo en la tierra, entonces tambien nosotros somos asham viviente. No como redentores, sino como proclamadores. Nuestra obediencia, nuestra fidelidad, nuestro testimonio, y sí, nuestro sufrimiento, tienen valor porque muestran al mundo que la humanidad ha sido recuperada. Cada vez que respondemos al dolor con amor, a la traición con perdón, al quebranto con fidelidad, estamos diciendo: "Lo humano ha vuelto a Dios".

El sufrimiento del creyente no es por karma, ni por castigo, ni por falta de fe. Es la señal de que estamos unidos al Siervo sufriente, al Asham viviente. Es nuestra participación en la vocación del cuerpo. Es la manifestación visible de que el Reino de Dios ha irrumpido en nuestra carne. No se trata de buscar el sufrimiento, ni de glorificarlo, sino de comprenderlo y abrazarlo cuando llega, sabiendo que tiene sentido, que tiene dirección, que tiene gloria.

Por eso Pablo puede decir que se goza. No porque le guste el dolor, sino porque sabe que su dolor está unido al de Cristo. Porque sabe que al sufrir por la iglesia, está proclamando el Evangelio con su cuerpo. Porque entiende que aún le toca a la iglesia vivir como asham, mostrar al mundo que hay una humanidad que ya fue restituida a su Dueño.

La iglesia no es el lugar del "pare de sufrir", sino el cuerpo de los que sufren con sentido. No como castigo, sino como testimonio. No como derrota, sino como victoria. Porque cada llaga que portamos en fidelidad es una declaración profética: Cristo nos ha recuperado y restituido para nuestro Dios.

En los próximos apartados de este capítulo, profundizaremos en los textos claves que fundamentan esta visión del sufrimiento desde el asham: Colosenses 1:24, 1 Pedro 2:21, Filipenses 1:29, Romanos 8:17, 2 Corintios 4:10, 1 Pedro 4:13 y 2 Timoteo 2:12. Cada uno de estos versículos será examinado desde la lógica del asham, mostrando que la iglesia participa hoy del mismo camino que su Señor: un camino de restitución a través de la fidelidad en medio del quebranto.

 Colosenses 1:24: Gozarse en el sufrimiento por la iglesia

El versículo que da inicio a este capítulo representa una de las declaraciones más desconcertantes pero también más poderosas del apóstol Pablo. En él, el sufrimiento no es motivo de queja, ni de duda, ni de descontento; es motivo de gozo. ¿Cómo es posible regocijarse en el sufrimiento? Pablo nos da la clave: porque se trata de un sufrimiento por vosotros, por la iglesia. No es un dolor sin sentido, ni una tragedia vacía; es sufrimiento con propósito, con dirección, con fruto.

Pero más aún, Pablo dice que este sufrimiento cumple en su carne lo que falta de las aflicciones de Cristo. Esto no puede entenderse como una insuficiencia en la obra redentora del Mesías. Su sacrificio fue completo, perfecto, suficiente y definitivo, aceptado en el santuario celestial, en donde despues de haber realizado la purificación se sentó a la diestra de la Majestad en al alturas. Lo que falta no es en la expiación, sino en la manifestación de esa obra en la historia y en el cuerpo.

El cuerpo de Cristo, que es la iglesia, aún está en el mundo. Aún peregrina entre el pecado, la injusticia, la persecución y el quebranto. Y es en ese cuerpo que las aflicciones de Cristo se siguen revelando, no para redimir, sino para testificar. Cada miembro del cuerpo de Cristo que sufre tiene la posibilidad de mostrar al mundo el mismo rostro del Siervo sufriente. Por eso Pablo puede decir que cumple en su carne lo que falta: no porque a Cristo le haya faltado algo, sino porque a la historia le toca seguir viendo a Cristo en la vida de sus testigos.

El asham, entonces, se convierte en una lente que aclara esta afirmación. Pablo se ofrece como una especie de asham viviente, no para pagar la culpa de nadie, sino para anunciar que la humanidad ha sido devuelta a Dios en Cristo. Su sufrimiento no es penal, sino testimonial. Su cuerpo, marcado por las cicatrices de la fidelidad, proclama: "Cristo nos ha recuperado".

La iglesia, por tanto, participa de esta misma vocación. Cada vez que uno de sus miembros sufre y responde desde la fe, se está cumpliendo algo en su carne: el testimonio de Cristo sigue siendo visible, la restitución sigue siendo proclamada, el asham sigue caminando por las calles de este mundo.

En los siguientes apartados, analizaremos cómo otros pasajes del Nuevo Testamento refuerzan esta comprensión, ampliando la visión del asham como paradigma del sufrimiento fiel del creyente. Así entenderemos que no estamos llamados a huir del quebranto, sino a abrazarlo como parte de nuestra misión: testificar que lo humano, en Cristo, ha vuelto a Dios.

1 Pedro 2:21 - El sufrimiento como llamado y ejemplo en Cristo

"Pues para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus pisadas" (1 Pedro 2:21).

Pedro no deja espacio para la duda: el sufrimiento no es un accidente en la vida cristiana, sino un llamado. El creyente ha sido convocado por Dios no solo a creer en Cristo, sino a padecer con él y como él. Esta afirmación escandaliza a quienes han sido formados bajo una teología triunfalista, donde se asocia la bendición con la ausencia de dolor. Pero la Palabra es clara: Cristo padeció por nosotros, y lo hizo dejándonos un ejemplo para que sigamos sus pisadas.

El texto nos coloca ante una verdad transformadora: el sufrimiento de Cristo no es solo sustitutivo, sino ejemplar. No solo muere por nosotros; también nos muestra no solo cómo vivir sino también como sufrir. Sus pisadas están marcadas en el polvo de esta tierra quebrantada, y nos invitan a caminar tras él con la misma determinación: fieles en la adversidad, pacíficos en la violencia, silenciosos ante la calumnia, obedientes hasta el fin.

Pedro desarrolla esta idea con precisión: "quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente" (v. 23). Aquí vemos el corazón del asham: Cristo no es simplemente una víctima, sino un oferente consciente. Sabe que está cumpliendo un acto de restitución, que en su fidelidad está mostrando que lo humano, en Cristo, ha vuelto a su Dueño original. Su sufrimiento tiene rostro, voz, dirección. Y ahora, ese mismo camino nos es ofrecido como llamado.

El creyente es llamado a seguir a Cristo como asham viviente. No para redimir, sino para testificar. No para pagar, sino para proclamar. Cada vez que sufrimos y respondemos con fidelidad, estamos cumpliendo nuestro llamado. Somos imitadores del Siervo, portadores de su forma, anunciadores de su Reino. Este sufrimiento no nos deshumaniza; al contrario, nos hace plenamente humanos a los ojos de Dios. Porque Cristo, el Hombre perfecto, nos ha mostrado que la humanidad restaurada camina con huellas de cruz.

En este sentido, el sufrimiento no destruye nuestra identidad, sino que la revela. Nos muestra como parte del cuerpo. Nos confirma como hijos. Nos moldea a la imagen de Cristo. Y desde la lógica del asham, cada respuesta fiel en medio del dolor proclama nuestra restitución: decimos con nuestra vida, en medio del dolor, que lo humano ha sido recobrado. Caminamos tras sus pisadas con corazones confiados, sabiendo que al final de ese sendero nos espera la gloria de participar en su victoria.


Romanos 8:17 – El sufrimiento como herencia compartida

“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17).

Este versículo articula de forma poderosa la relación entre la identidad del creyente como hijo de Dios y su participación en el sufrimiento. No es posible una herencia compartida con Cristo sin una experiencia compartida de su camino: “si es que padecemos juntamente con él”. El sufrimiento, entonces, no es accesorio, sino condición de la glorificación.

Para muchos creyentes, la idea de heredar con Cristo suena a victoria, trono y eternidad. Y es cierto: esas promesas están vigentes. Pero también está vigente el proceso que lleva a la gloria: el quebranto, la entrega, la cruz. Ser coherederos con Cristo no es solo participar de su recompensa, sino también de su camino. El texto es claro: la herencia está condicionada a una vida compartida con él en el sufrimiento.

Desde la perspectiva del asham, este texto cobra una luz especial. El asham no solo restituye lo dañado; lo hace a través de la entrega consciente del oferente. Cristo se ofreció como asham, restituyendo lo humano por medio de su fidelidad perfecta, y ahora el creyente, como parte de su cuerpo, sigue esa misma vocación. No para repetir la redención, sino para manifestarla.

Cada vez que el hijo de Dios sufre y reponde con fidelidad, sufre imitando a Cristo. No está solo. No es un dolor aislado, sino compartido. Y esa comunión en el sufrimiento no es un castigo, sino una confirmación: eres hijo. Estás participando de la dinámica divina que lleva del Getsemaní al trono. Del polvo al cielo. De la cruz a la gloria.

Este versículo también pone en evidencia la coherencia interna del testimonio cristiano. No se trata de proclamar una gloria futura sin una cruz presente. No se puede testificar de la resurrección sin pasar por la muerte. En palabras de Dietrich Bonhoeffer: “Cuando Cristo llama a un hombre, le dice: 'Ven y muere'”. Morir a uno mismo, morir al mundo, y muchas veces, sufrir por permanecer fiel a la voz del Maestro.

Romanos 8:17 no es una amenaza, es una promesa. Si padecemos con él, seremos glorificados con él. Si compartimos su quebranto, compartiremos su victoria. Si sufrimos como asham viviente, proclamaremos que en Cristo, lo humano ha sido gloriosamente devuelto a Dios. Esta es nuestra herencia, esta es nuestra esperanza.

2 Corintios 4:10 – La muerte de Jesús en nuestros cuerpos

“Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos” (2 Corintios 4:10).

En esta declaración de Pablo se revela una de las dinámicas más misteriosas y gloriosas de la vida cristiana: el creyente lleva consigo, de forma continua, la muerte de Jesús, no como una carga sin sentido, sino como una puerta a la manifestación de su vida. El cuerpo del creyente, limitado y vulnerable, se convierte en escenario sagrado donde la paradoja del Evangelio se hace visible: la vida brota en medio de la muerte.

Pablo no habla en términos figurados o abstractos. Su propia experiencia está llena de cicatrices: persecuciones, prisiones, azotes, naufragios, hambre y peligros constantes. Pero lejos de ser obstáculos, estos sufrimientos son la evidencia de que él está unido a Cristo en su muerte. Y es precisamente en ese cuerpo quebrantado donde también se revela la vida del Resucitado.

Desde la lógica del asham, esta verdad adquiere una profundidad impresionante. El creyente, como asham viviente, lleva en su cuerpo los signos de la fidelidad. No busca la muerte, pero tampoco la rehúye. Sabe que cada herida sufrida por amor a Cristo es una proclamación: “La vida ha vencido”. La muerte de Jesús, asumida como parte de su vocación, es el terreno donde florece la nueva creación. Es la semilla que, al morir, produce fruto eterno.

Esta visión transforma la manera en que entendemos nuestro cuerpo y nuestras debilidades. Ya no son estorbos ni evidencia de derrota, sino espacios donde la gracia se manifiesta. El cuerpo no es simplemente carne que padece, sino templo que testifica. Las marcas del sufrimiento, como las llagas del Cordero, son testigos de una realidad invisible: en medio del quebranto, Dios está obrando vida.

Pablo está describiendo una espiritualidad encarnada. No es una fe que se evade del dolor, ni una gloria que ignora la cruz. Es una espiritualidad del asham, donde el sufrimiento es asumido como parte del testimonio visible de la restauración. La forma de vivir y la forma de morir de Jesús, vivida en el cuerpo de sus siervos, no es final. Es umbral. Es preludio de resurrección. Es el eco constante de que lo humano ha sido reconciliado y que ahora, aún en cuerpos de barro, la gloria está emergiendo.

1 Pedro 4:13 – Gozarse como partícipes del sufrimiento de Cristo

“Antes bien, gozaos por cuanto sois partícipes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.”
— 1 Pedro 4:13

Este versículo nos ofrece una invitación contracultural: gozarnos en el sufrimiento. Pero no en cualquier sufrimiento, sino en aquel que nos une a Cristo. Pedro no está promoviendo una especie de espiritualidad estoica o masoquista. Está revelando una dimensión profunda del discipulado: cuando sufrimos por Cristo, no estamos siendo abandonados por Dios, sino identificados con su Hijo.

Pedro emplea una expresión poderosa: “sois partícipes de los padecimientos de Cristo”. La palabra griega para “partícipes” es koinōnéō, de donde proviene koinonía, que significa comunión, compartir íntimo. Es decir, el sufrimiento del creyente por causa de Cristo no es solo una experiencia solitaria ni meramente personal. Es una participación real en la experiencia del Mesías sufriente.

Aquí la doctrina y la experiencia se abrazan. Pedro nos dice que hay una comunión misteriosa y santa entre los padecimientos del creyente fiel y los padecimientos del Cristo fiel. Cada vez que un cristiano soporta injusticias por causa de su fe, es como si la historia del Evangelio se siguiera escribiendo en su carne. En sus lágrimas, en su aguante, en su perseverancia. Y por eso, Pedro dice: gozaos.

Este gozo no es un sentimiento superficialEs el gozo profundo de saber que nuestra vida está alineada con la vida del Hijo de Dios, que nuestra fidelidad no es en vano, y que nuestro dolor no es sin sentido. Al contrario, tiene una dirección, un propósito y una promesa: “para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.”

Pedro está proyectando el sufrimiento presente hacia el futuro glorioso. Así como el Cristo crucificado es también el Cristo glorificado, así también los que participan de sus padecimientos participarán de su gloria. La cruz no es el final. Es el umbral hacia la corona. Este patrón de muerte y resurrección, de quebranto y gloria, es el patrón que define la vida cristiana.

Y desde la óptica del asham, esta participación tiene aún más profundidad. Si Cristo se presentó como asham, restituyendo lo humano para Dios mediante su fidelidad en medio del sufrimiento, ahora el creyente, al sufrir con gozo, se une a esa vocación de restitución. Cada vez que elegimos obedecer en vez de vengarnos, bendecir en vez de maldecir, amar en vez de odiar, incluso cuando esto nos cuesta, estamos diciendo con nuestra vida: “Aquí está lo humano, Señor. En Cristo, lo humano ha vuelto a Ti.”

Pedro no está pidiendo que el sufrimiento sea ignorado o minimizado. Está diciendo que el gozo del creyente no depende de la ausencia de sufrimiento, sino de la presencia de Cristo en medio del sufrimiento. Y esa presencia transforma el dolor en comunión, el quebranto en testimonio, la debilidad en gloria.

Esta dimensión es profundamente pastoral. Pedro está escribiendo a creyentes perseguidos, marginados, heridos. Y no les dice “Dios te librará de todo”, sino: “Dios está contigo en medio de todo. Gózate porque estás caminando junto a Cristo.” Esta no es una teología escapista, sino una teología encarnada, llena de realismo espiritual y esperanza escatológica.

Así como el asham en el Antiguo Testamento preparaba el camino para la restitución, así también la vida del creyente, al ser unida al sufrimiento de Cristo, prepara el camino para la revelación de su gloria. En este caminar compartido, no solo somos restaurados nosotros, sino que participamos en el proceso redentor por medio del cual Dios continúa reconciliando al mundo consigo mismo. Nuestra fidelidad en medio del sufrimiento es una declaración viva de que la justicia de Dios no ha sido vencida por el mal, sino que resplandece en vasos de barro, llevándonos de gloria en gloria.

Pedro nos invita a ver el sufrimiento no como una interrupción del propósito de Dios, sino como el camino mismo hacia su plenitud. Por eso podemos gozarnos, no porque el dolor sea bueno en sí mismo, sino porque el Cristo resucitado camina con nosotros. Y en esa comunión sufriente, nuestra vida cobra un sentido eterno.

Cuando llegue el día de su revelación, cuando toda lágrima sea enjugada y todo padecimiento redimido, entonces entenderemos con plenitud la gloria de haber sido hallados dignos de sufrir por su Nombre. Y ese día, nos gozaremos con gran alegría. Porque habremos descubierto que en cada herida, en cada pérdida, en cada injusticia soportada con fe, Cristo estuvo allí. Y no solo eso: que fuimos hechos partícipes de su asham, y ahora también de su gloria.

2 Timoteo 2:12 – Si sufrimos, también reinaremos con él

“Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (2 Timoteo 2:12).

Este versículo, lleno de densidad teológica, vincula directamente el sufrimiento del creyente con el destino glorioso del reinado junto a Cristo. Pablo, escribiendo a su hijo en la fe desde la prisión y al borde del martirio, eleva la visión del sufrimiento a una dimensión escatológica: el sufrimiento no solo es parte del presente cristiano, sino que es condición de la glorificación futura.

La primera afirmación es positiva y promesa: "si sufrimos, también reinaremos con él". La segunda, en cambio, es seria advertencia: "si le negáremos, él también nos negará". Pablo está recordando a Timoteo que el camino de la fidelidad pasa por el quebranto, pero que ese quebranto no es en vano. Tiene fruto, tiene recompensa, tiene futuro. Reinar con Cristo es una gracia reservada para quienes han sido hallados fieles en medio del fuego.

Desde la perspectiva del asham, esta afirmación se vuelve profundamente reveladora. Si Cristo fue exaltado por su fidelidad como Siervo, como Asham que restituye lo humano a Dios, entonces también los que se presentan hoy como asham viviente serán exaltados junto con él. No por sus méritos, sino por su unión con el Cristo obediente hasta la muerte.

La participación en el reinado de Cristo no se gana con prestigio, ni con poder, ni con popularidad. Se recibe por haber sido hallado fiel cuando era más difícil serlo. El que sufre y persevera, está dando testimonio de que su fe no depende de circunstancias, sino de convicciones arraigadas en la verdad eterna de Dios.

Pero Pablo no evade el contraste: hay una posibilidad real de negarle. Y si lo negamos, él también nos negará. Esta advertencia recuerda las palabras del mismo Jesús: "al que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre" (Mateo 10:33). La fidelidad no es una opción secundaria; es la señal de los que han sido transformados.

Este versículo nos confronta: ¿estamos dispuestos a sufrir por el Nombre? ¿Estamos dispuestos a permanecer firmes, aunque venga la pérdida, la traición, la persecución, el abandono? La teología del asham nos recuerda que el testimonio más poderoso no siempre se da con palabras, sino con fidelidad visible. Con vidas entregadas. Con sufrimientos abrazados por amor.

Sufrir con Cristo es proclamar que la restitución ya se ha producido en Cristo. Es caminar en medio del quebranto con los ojos puestos en la gloria. Es cargar con la debilidad sabiendo que en ella se perfecciona el poder. Es ser asham viviente para que el mundo vea que hay una humanidad que ya ha sido devuelta a su Dueño.

Y por eso, si sufrimos con él, reinaremos con él. Porque el trono del Reino pertenece al Cordero que fue inmolado. Y también a aquellos que, unidos a él, decidieron llevar en su cuerpo las marcas de Su fidelidad.

Conclusiones: Sufrir como Asham, Vivir como Restituidos

El recorrido por Colosenses 1:24 y los otros seis versículos del Nuevo Testamento nos ha permitido mirar el sufrimiento cristiano no como accidente, castigo o evidencia de fracaso, sino como participación activa en la obra redentora ya consumada en Cristo. Desde la óptica del asham, hemos redescubierto que el sufrimiento del creyente tiene valor, propósito y dignidad, no porque sea buscado o celebrado por sí mismo, sino porque forma parte de la vocación del cuerpo de Cristo en el mundo.

Jesús no solo se ofreció en la cruz, sino desde su encarnación vivió como asham: restituyendo lo humano a Dios con su vida fiel, su obediencia encarnada y su amor perseverante en medio del quebranto. Al unirnos a él por la fe, su camino se convierte en nuestro camino. Su fidelidad en el dolor nos llama a una fidelidad semejante, no para repetir la redención, sino para testificarla visiblemente.

Cada uno de los versículos analizados refuerza esta verdad:

  • Colosenses 1:24 nos enseñó que aún falta sufrimiento en el cuerpo de Cristo, no para redimir, sino para completar el testimonio visible del Evangelio.

  • 1 Pedro 2:21 nos recordó que el sufrimiento no solo es parte del llamado cristiano, sino también una imitación directa del Siervo fiel.

  • Filipenses 1:29 nos desafió a ver el sufrimiento no como pérdida, sino como un don concedido por Dios.

  • Romanos 8:17 nos hizo ver que la glorificación futura está inseparablemente ligada a nuestra comunión presente con el Cristo sufriente.

  • 2 Corintios 4:10 nos reveló que es en nuestros cuerpos quebrantados donde la vida del Resucitado se manifiesta con poder.

  • 1 Pedro 4:13 nos llevó a comprender que el sufrimiento cristiano es comunión con el Mesías, y fuente de gozo escatológico.

  • 2 Timoteo 2:12 finalmente nos recordó que el reinado venidero pertenece a quienes hayan sido hallados fieles en medio del quebranto.

La iglesia, por tanto, no es un espacio donde el sufrimiento es negado o evitado, sino el cuerpo del asham viviente, del Cristo que ha recuperado lo humano y que ahora continúa su testimonio a través de nosotros. Sufrimos como testigos. Sufrimos como hijos. Sufrimos como proclamadores de la restitución. Y cada lágrima derramada con fidelidad se convierte en una declaración profética: “Lo humano ha vuelto a Dios”.

Esta comprensión del sufrimiento nos libera de falsas expectativas, nos fortalece en la prueba, y nos une más profundamente a la persona de Cristo. No se trata de glorificar el dolor, sino de comprender que en Cristo, el sufrimiento ya no tiene la última palabra: la tiene la fidelidad.

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