El Sufrimiento del Asham: Participar en Cristo como Humanidad Restituida
Capítulo X: El Sufrimiento del Asham: Participar en Cristo como Humanidad Restituida
"Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia."
Colosenses 1:24
Uno de los temas más incomprendidos tanto en la experiencia humana como en la vida cristiana es el del sufrimiento. Desde nuestras primeras vivencias dolorosas, buscamos respuestas, consuelo o alguna forma de evitación. En la cultura contemporánea, el sufrimiento ha sido casi demonizado; se ha transformado en una experiencia que debe evitarse a toda costa, incluso en los espacios de fe. Por ello, no sorprende que haya iglesias o movimientos que promuevan el mensaje de "Pare de Sufrir" como si el Evangelio de Cristo se tratara de una promesa de comodidad. Sin embargo, las Escrituras presentan otra realidad, una en la que el sufrimiento no solo es inevitable, sino también vocacional. Este capítulo busca presentar una visión renovada del sufrimiento desde la categoría levítica del asham, y cómo esta categoría, aplicada a la vida de Cristo y de su iglesia, nos invita a redescubrir el valor redentor y testificativo de nuestra participación en el dolor.
Pablo, escribiendo a los colosenses desde la prisión, introduce una declaración que ha generado incomodidad a lo largo de la historia cristiana: "me gozo en lo que padezco por vosotros" (Col. 1:24). No solo afirma estar sufriendo, sino que se goza en ese sufrimiento. Y no se trata de un sufrimiento en general, sino de uno específico: "por vosotros", es decir, por la iglesia. Aquí, el apóstol no está simplemente compartiendo su dolor, sino ubicándolo dentro del marco del cuerpo de Cristo. Pero aún más, declara que está "cumpliendo en su carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo". ¿Qué puede faltar en las aflicciones del Mesías? ¿No fue su sufrimiento suficiente? ¿No fue "consumado" como él mismo declaró en la cruz?
La respuesta no reside en una supuesta insuficiencia del sufrimiento de Jesús, porque el sufrimiento en sí mismo no es la causa de nuestra redención. La redención proviene de Cristo mismo: de su ser, de su vida encarnada, de su fidelidad inquebrantable en medio de la adversidad, de su muerte, de su resurrección y de su entronización a la diestra de Dios. Es toda su trayectoria obediente, su entrega total como Hijo, lo que restaura al ser humano delante de Dios.
Lo que falta, por tanto, no es redención, sino testimonio. No es un pago, sino participación. La iglesia, como cuerpo de Cristo, está llamada a completar en la historia el testimonio visible del Hijo de Dios, mostrando en su carne lo que él mostró: fidelidad, obediencia, humildad y amor perseverante en medio del quebranto. Pablo no está diciendo que redime con su sufrimiento, sino que vive esa vocación como miembro del cuerpo, al que todavía le toca ser testigo en medio de un mundo que resiste a la restitución.
Para entender esta participación del creyente en los padecimientos de Cristo, es necesario recurrir a un marco veterotestamentario que nos ayude a comprender el lugar del sufrimiento en la economía de Dios. Este marco lo encontramos en los rituales levíticos, y especialmente en la categoría del asham.
La mayoría de las traducciones modernas traducen asham como "expiación", "ofrenda por el pecado" o "sacrificio por la culpa". Sin embargo, al observar con cuidado su función en los textos levíticos, notamos que el asham no tiene como centro la idea de castigo, sino la de restitución. Es el rito que habilita la devolución, el acto que permite recuperar lo perdido, lo profanado, lo dañado. Va más allá de simplemente una expiación penal, sino un acto de fidelidad que reestablece el orden roto.
Isaías 53:10 declara que el Siervo del Señor "se entrega a sí mismo como asham", como esta ofrenda de restitución. Esto cambia radicalmente el sentido de su sufrimiento. Jesús no muere simplemente como alguien que absorbe el castigo divino, sino como quien, a través de su obediencia hasta la muerte, restaura a la humanidad delante de Dios. Y esta restauración no comienza en la cruz, sino en la encarnación. El asham en Cristo, es la entrega fiel cual oferente que restituye aquello que le pertenecía a Dios.
La vida entera de Jesús fue una entrega como asham. Desde el momento en que se hizo carne, el Hijo de Dios asumió la humanidad no solo para representarla, sino para recuperarla. El asham no comienza con la muerte, sino con su vida encarnada. La fidelidad, la pureza, la obediencia y la integridad de Cristo como hombre fueron la prueba viva de que lo humano, en Cristo, volvía a Dios. Su humanidad perfecta fue el camino de regreso. La cruz fue la confirmación de su fidelidad hasta el fin, pero el asham comenzó cuando decidió ser humano.
Esta visión cambia por completo la manera en que entendemos el sufrimiento del creyente. Si Jesús fue asham desde su encarnación, y nosotros somos ahora su cuerpo en la tierra, entonces tambien nosotros somos asham viviente. No como redentores, sino como proclamadores. Nuestra obediencia, nuestra fidelidad, nuestro testimonio, y sí, nuestro sufrimiento, tienen valor porque muestran al mundo que la humanidad ha sido recuperada. Cada vez que respondemos al dolor con amor, a la traición con perdón, al quebranto con fidelidad, estamos diciendo: "Lo humano ha vuelto a Dios".
El sufrimiento del creyente no es por karma, ni por castigo, ni por falta de fe. Es la señal de que estamos unidos al Siervo sufriente, al Asham viviente. Es nuestra participación en la vocación del cuerpo. Es la manifestación visible de que el Reino de Dios ha irrumpido en nuestra carne. No se trata de buscar el sufrimiento, ni de glorificarlo, sino de comprenderlo y abrazarlo cuando llega, sabiendo que tiene sentido, que tiene dirección, que tiene gloria.
Por eso Pablo puede decir que se goza. No porque le guste el dolor, sino porque sabe que su dolor está unido al de Cristo. Porque sabe que al sufrir por la iglesia, está proclamando el Evangelio con su cuerpo. Porque entiende que aún le toca a la iglesia vivir como asham, mostrar al mundo que hay una humanidad que ya fue restituida a su Dueño.
La iglesia no es el lugar del "pare de sufrir", sino el cuerpo de los que sufren con sentido. No como castigo, sino como testimonio. No como derrota, sino como victoria. Porque cada llaga que portamos en fidelidad es una declaración profética: Cristo nos ha recuperado y restituido para nuestro Dios.
En los próximos apartados de este capítulo, profundizaremos en los textos claves que fundamentan esta visión del sufrimiento desde el asham: Colosenses 1:24, 1 Pedro 2:21, Filipenses 1:29, Romanos 8:17, 2 Corintios 4:10, 1 Pedro 4:13 y 2 Timoteo 2:12. Cada uno de estos versículos será examinado desde la lógica del asham, mostrando que la iglesia participa hoy del mismo camino que su Señor: un camino de restitución a través de la fidelidad en medio del quebranto.
Colosenses 1:24: Gozarse en el sufrimiento por la iglesia
El versículo que da inicio a este capítulo representa una de las declaraciones más desconcertantes pero también más poderosas del apóstol Pablo. En él, el sufrimiento no es motivo de queja, ni de duda, ni de descontento; es motivo de gozo. ¿Cómo es posible regocijarse en el sufrimiento? Pablo nos da la clave: porque se trata de un sufrimiento por vosotros, por la iglesia. No es un dolor sin sentido, ni una tragedia vacía; es sufrimiento con propósito, con dirección, con fruto.
Pero más aún, Pablo dice que este sufrimiento cumple en su carne lo que falta de las aflicciones de Cristo. Esto no puede entenderse como una insuficiencia en la obra redentora del Mesías. Su sacrificio fue completo, perfecto, suficiente y definitivo, aceptado en el santuario celestial, en donde despues de haber realizado la purificación se sentó a la diestra de la Majestad en al alturas. Lo que falta no es en la expiación, sino en la manifestación de esa obra en la historia y en el cuerpo.
El cuerpo de Cristo, que es la iglesia, aún está en el mundo. Aún peregrina entre el pecado, la injusticia, la persecución y el quebranto. Y es en ese cuerpo que las aflicciones de Cristo se siguen revelando, no para redimir, sino para testificar. Cada miembro del cuerpo de Cristo que sufre tiene la posibilidad de mostrar al mundo el mismo rostro del Siervo sufriente. Por eso Pablo puede decir que cumple en su carne lo que falta: no porque a Cristo le haya faltado algo, sino porque a la historia le toca seguir viendo a Cristo en la vida de sus testigos.
El asham, entonces, se convierte en una lente que aclara esta afirmación. Pablo se ofrece como una especie de asham viviente, no para pagar la culpa de nadie, sino para anunciar que la humanidad ha sido devuelta a Dios en Cristo. Su sufrimiento no es penal, sino testimonial. Su cuerpo, marcado por las cicatrices de la fidelidad, proclama: "Cristo nos ha recuperado".
La iglesia, por tanto, participa de esta misma vocación. Cada vez que uno de sus miembros sufre y responde desde la fe, se está cumpliendo algo en su carne: el testimonio de Cristo sigue siendo visible, la restitución sigue siendo proclamada, el asham sigue caminando por las calles de este mundo.
En los siguientes apartados, analizaremos cómo otros pasajes del Nuevo Testamento refuerzan esta comprensión, ampliando la visión del asham como paradigma del sufrimiento fiel del creyente. Así entenderemos que no estamos llamados a huir del quebranto, sino a abrazarlo como parte de nuestra misión: testificar que lo humano, en Cristo, ha vuelto a Dios.
1 Pedro 2:21 - El sufrimiento como llamado y ejemplo en Cristo
"Pues para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus pisadas" (1 Pedro 2:21).
Pedro no deja espacio para la duda: el sufrimiento no es un accidente en la vida cristiana, sino un llamado. El creyente ha sido convocado por Dios no solo a creer en Cristo, sino a padecer con él y como él. Esta afirmación escandaliza a quienes han sido formados bajo una teología triunfalista, donde se asocia la bendición con la ausencia de dolor. Pero la Palabra es clara: Cristo padeció por nosotros, y lo hizo dejándonos un ejemplo para que sigamos sus pisadas.
El texto nos coloca ante una verdad transformadora: el sufrimiento de Cristo no es solo sustitutivo, sino ejemplar. No solo muere por nosotros; también nos muestra no solo cómo vivir sino también como sufrir. Sus pisadas están marcadas en el polvo de esta tierra quebrantada, y nos invitan a caminar tras él con la misma determinación: fieles en la adversidad, pacíficos en la violencia, silenciosos ante la calumnia, obedientes hasta el fin.
Pedro desarrolla esta idea con precisión: "quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente" (v. 23). Aquí vemos el corazón del asham: Cristo no es simplemente una víctima, sino un oferente consciente. Sabe que está cumpliendo un acto de restitución, que en su fidelidad está mostrando que lo humano, en Cristo, ha vuelto a su Dueño original. Su sufrimiento tiene rostro, voz, dirección. Y ahora, ese mismo camino nos es ofrecido como llamado.
El creyente es llamado a seguir a Cristo como asham viviente. No para redimir, sino para testificar. No para pagar, sino para proclamar. Cada vez que sufrimos y respondemos con fidelidad, estamos cumpliendo nuestro llamado. Somos imitadores del Siervo, portadores de su forma, anunciadores de su Reino. Este sufrimiento no nos deshumaniza; al contrario, nos hace plenamente humanos a los ojos de Dios. Porque Cristo, el Hombre perfecto, nos ha mostrado que la humanidad restaurada camina con huellas de cruz.
En este sentido, el sufrimiento no destruye nuestra identidad, sino que la revela. Nos muestra como parte del cuerpo. Nos confirma como hijos. Nos moldea a la imagen de Cristo. Y desde la lógica del asham, cada respuesta fiel en medio del dolor proclama nuestra restitución: decimos con nuestra vida, en medio del dolor, que lo humano ha sido recobrado. Caminamos tras sus pisadas con corazones confiados, sabiendo que al final de ese sendero nos espera la gloria de participar en su victoria.
Romanos 8:17 – El sufrimiento como herencia compartida
“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17).
Este versículo articula de forma poderosa la relación entre la identidad del creyente como hijo de Dios y su participación en el sufrimiento. No es posible una herencia compartida con Cristo sin una experiencia compartida de su camino: “si es que padecemos juntamente con él”. El sufrimiento, entonces, no es accesorio, sino condición de la glorificación.
Para muchos creyentes, la idea de heredar con Cristo suena a victoria, trono y eternidad. Y es cierto: esas promesas están vigentes. Pero también está vigente el proceso que lleva a la gloria: el quebranto, la entrega, la cruz. Ser coherederos con Cristo no es solo participar de su recompensa, sino también de su camino. El texto es claro: la herencia está condicionada a una vida compartida con él en el sufrimiento.
Desde la perspectiva del asham, este texto cobra una luz especial. El asham no solo restituye lo dañado; lo hace a través de la entrega consciente del oferente. Cristo se ofreció como asham, restituyendo lo humano por medio de su fidelidad perfecta, y ahora el creyente, como parte de su cuerpo, sigue esa misma vocación. No para repetir la redención, sino para manifestarla.
Cada vez que el hijo de Dios sufre y reponde con fidelidad, sufre imitando a Cristo. No está solo. No es un dolor aislado, sino compartido. Y esa comunión en el sufrimiento no es un castigo, sino una confirmación: eres hijo. Estás participando de la dinámica divina que lleva del Getsemaní al trono. Del polvo al cielo. De la cruz a la gloria.
Este versículo también pone en evidencia la coherencia interna del testimonio cristiano. No se trata de proclamar una gloria futura sin una cruz presente. No se puede testificar de la resurrección sin pasar por la muerte. En palabras de Dietrich Bonhoeffer: “Cuando Cristo llama a un hombre, le dice: 'Ven y muere'”. Morir a uno mismo, morir al mundo, y muchas veces, sufrir por permanecer fiel a la voz del Maestro.
Romanos 8:17 no es una amenaza, es una promesa. Si padecemos con él, seremos glorificados con él. Si compartimos su quebranto, compartiremos su victoria. Si sufrimos como asham viviente, proclamaremos que en Cristo, lo humano ha sido gloriosamente devuelto a Dios. Esta es nuestra herencia, esta es nuestra esperanza.
2 Corintios 4:10 – La muerte de Jesús en nuestros cuerpos
“Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos” (2 Corintios 4:10).
En esta declaración de Pablo se revela una de las dinámicas más misteriosas y gloriosas de la vida cristiana: el creyente lleva consigo, de forma continua, la muerte de Jesús, no como una carga sin sentido, sino como una puerta a la manifestación de su vida. El cuerpo del creyente, limitado y vulnerable, se convierte en escenario sagrado donde la paradoja del Evangelio se hace visible: la vida brota en medio de la muerte.
Pablo no habla en términos figurados o abstractos. Su propia experiencia está llena de cicatrices: persecuciones, prisiones, azotes, naufragios, hambre y peligros constantes. Pero lejos de ser obstáculos, estos sufrimientos son la evidencia de que él está unido a Cristo en su muerte. Y es precisamente en ese cuerpo quebrantado donde también se revela la vida del Resucitado.
Desde la lógica del asham, esta verdad adquiere una profundidad impresionante. El creyente, como asham viviente, lleva en su cuerpo los signos de la fidelidad. No busca la muerte, pero tampoco la rehúye. Sabe que cada herida sufrida por amor a Cristo es una proclamación: “La vida ha vencido”. La muerte de Jesús, asumida como parte de su vocación, es el terreno donde florece la nueva creación. Es la semilla que, al morir, produce fruto eterno.
Esta visión transforma la manera en que entendemos nuestro cuerpo y nuestras debilidades. Ya no son estorbos ni evidencia de derrota, sino espacios donde la gracia se manifiesta. El cuerpo no es simplemente carne que padece, sino templo que testifica. Las marcas del sufrimiento, como las llagas del Cordero, son testigos de una realidad invisible: en medio del quebranto, Dios está obrando vida.
Pablo está describiendo una espiritualidad encarnada. No es una fe que se evade del dolor, ni una gloria que ignora la cruz. Es una espiritualidad del asham, donde el sufrimiento es asumido como parte del testimonio visible de la restauración. La forma de vivir y la forma de morir de Jesús, vivida en el cuerpo de sus siervos, no es final. Es umbral. Es preludio de resurrección. Es el eco constante de que lo humano ha sido reconciliado y que ahora, aún en cuerpos de barro, la gloria está emergiendo.
Comentarios
Publicar un comentario