El Asham del Siervo: Restauración y Justicia en Isaías 53:10
El Asham del Siervo: Restauración y Justicia en Isaías 53:10
La interpretación del término hebreo אָשָׁם (asham) en Isaías 53:10 ha sido clave para comprender la naturaleza y el propósito del sufrimiento del Siervo descrito en ese capítulo. Traducido comúnmente como "ofrenda por la culpa", el asham merece una atención cuidadosa desde su uso en los textos levíticos, donde aparece como parte de un proceso que apunta a restaurar lo dañado y a encaminar la reconciliación. En lugar de centrarse exclusivamente en la dimensión penal o sacrificial del sufrimiento, Isaías 53:10 ofrece un marco teológico más amplio, donde la fidelidad del Siervo es presentada como el inicio visible de un proceso reparador.
¿Qué es el Asham?
En el marco de Levítico 5–6, el asham se presenta como un rito que surge ante una falta objetiva: una acción que ha causado pérdida, profanación o daño, sea contra lo que es santo o contra otra persona. A diferencia del ḥaṭṭāʾt —que está centrado en la purificación del espacio sagrado—, el asham se enfoca en declarar la responsabilidad, reconocer la falta y permitir que se lleve a cabo una restitución adecuada.
Jacob Milgrom señala que el asham "no cubre el pecado en abstracto, sino la violación de los derechos de propiedad de Dios o del prójimo".1 Esta dimensión legal y restaurativa lo distingue de otras ofrendas. El asham no es el acto de restitución en sí, sino el paso que habilita su cumplimiento. Representa el momento en que la persona asume su condición y se dispone a reparar el daño hecho. Es un rito profundamente vinculado al reconocimiento de la verdad, a la apertura de conciencia y al compromiso con la restauración.
Este rito, al ser recibido por el sacerdote, también confirma que el proceso ha sido debidamente iniciado. Es significativo que el asham no es consumido por el fuego fuera del campamento, sino que su carne pasa a ser comida por los sacerdotes, lo que implica que ha sido aceptado como válido dentro del sistema de mediación establecido.2
El Siervo como Asham: una vida entregada para restaurar
Isaías 53:10 dice: "Cuando haya puesto su alma como asham, verá descendencia, vivirá por largos días...". Lo que se describe aquí no es un acto forzado ni una condena sin sentido, sino la entrega voluntaria de una vida íntegra. El Siervo asume un papel activo y consciente en su entrega. Se ofrece como alguien que ha permanecido fiel en medio del quebranto, y cuya vida, precisamente por esa fidelidad, se vuelve apta para ser el asham que abre un nuevo camino para muchos.
Jon D. Levenson observa que Isaías 53 no está centrado en el castigo penal, sino en una obediencia que produce fruto y que recibe aprobación divina.3 El Siervo no es presentado como una víctima pasiva, sino como testigo fiel, alguien cuya vida entera se convierte en el espacio donde la justicia de Dios puede comenzar su obra reparadora.
El Asham y el ḥaṭṭāʾt: funciones que se complementan
Aunque el asham y el ḥaṭṭāʾt comparten ciertos elementos rituales (como la quema de la grasa y el tratamiento de la sangre), tienen finalidades distintas. El ḥaṭṭāʾt se enfoca en la purificación del espacio sagrado afectado por el pecado, y en algunos casos su cuerpo debía ser quemado fuera del campamento. El asham, por el contrario, no implicaba ese tratamiento, y su carne era comida por los sacerdotes, lo cual indicaba que el rito había sido recibido como legítimo.4
Ambos ritos, sin embargo, preparan el camino para que la voluntad de Dios pueda expresarse en forma de perdón, limpieza o restauración. Mientras que el ḥaṭṭāʾt purifica el entorno, el asham repara la relación. Ambos operan como momentos previos necesarios para que el restablecimiento de la comunión sea posible.
Restitución que alcanza a muchos
El Siervo no solo se entrega, sino que también ve fruto: “verá linaje”, “prolongará sus días”, “llevará la iniquidad de muchos”. El lenguaje apunta a una restitución que no se limita al Siervo, sino que se extiende hacia aquellos que habían sido alcanzados por la falta y el quebranto.
La expresión “llevará la iniquidad de muchos” (Isaías 53:11) debe ser entendida a la luz de los rituales levíticos, donde el sacerdote que comía la carne del animal ofrecido por el pecado “llevaba” el pecado del pueblo (cf. Lev 10:17).8 Esta acción no implicaba transferencia penal del pecado, sino una forma ritual de asumirlo públicamente dentro de un proceso de mediación y reconciliación. De manera similar, el Siervo “lleva” las iniquidades no porque sea castigado por ellas, sino porque su vida íntegra y fiel permite que el proceso de restauración sea reconocido, iniciado y completado.
Esta imagen del Siervo como aquel que asume la responsabilidad de lo ajeno conecta profundamente con la pregunta del salmista: “¿He de pagar lo que no robé?” (Sal 69:4). Esta expresión no surge desde la queja ante una injusticia, sino desde la disposición voluntaria a cargar con una deuda que no le correspondía, en función de una justicia superior. El Siervo, como figura mesiánica, asume esta posición no desde la imposición, sino desde el amor restaurador, encarnando así el carácter de Dios que actúa a favor de su pueblo.
Esta comprensión también fue eco en la tradición patrística. Orígenes, por ejemplo, comenta que el Siervo “asume voluntariamente los pecados del pueblo, no porque sean suyos, sino porque se ha unido a ellos por amor redentor” (Contra Celsum, 1.67). En la tradición rabínica, el asham fue vinculado con el Siervo en Targum Isaías, donde se interpreta que “el Mesías cargará sobre sí nuestras iniquidades”, reflejando una lectura comunitaria y restauradora más que punitiva.
Esta restitución es descrita en otros textos como la restauración de hijos a la gloria (Heb 2:10), el regreso de las ovejas perdidas al Pastor (1 Pe 2:25), y la revelación de la justicia de Dios hacia todos los que creen (Rom 3:22). Estas imágenes no deben ser vistas necesariamente como el resultado de una satisfacción penal, sino como los frutos de una fidelidad que ha sido plenamente reconocida y aceptada por Dios, y que abre una nueva realidad de reconciliación.
Isaías 53 en el Nuevo Testamento
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Hechos 8:32–35: Felipe encuentra al eunuco etíope leyendo Isaías 53:7–8. El texto es citado directamente desde la Septuaginta y se usa como punto de partida para anunciarle el evangelio de Jesús. El énfasis no está en una sustitución penal, sino en el reconocimiento de Jesús como el Siervo que, a pesar de ser juzgado injustamente, no abrió su boca y fue llevado como cordero al matadero, manifestando fidelidad.
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1 Pedro 2:21–25: El apóstol Pedro aplica Isaías 53 a los creyentes perseguidos, destacando cómo Jesús “no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca” (v. 22, citando Isa 53:9), y cómo “él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (v. 24). El propósito no es jurídico, sino transformador: “para que nosotros, muertos a los pecados, vivamos a la justicia”. El ejemplo del Siervo se convierte en modelo para los creyentes.
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Mateo 8:17: Al relatar las sanidades que Jesús realiza, Mateo cita Isaías 53:4 (“él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias”), mostrando que el ministerio de sanidad del Mesías es parte de su función redentora y restauradora.
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Romanos 4:25 y 5:19: Pablo, aunque no cita directamente Isaías 53, se inspira en su lenguaje al decir que Jesús fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación. La obediencia de uno solo (el Siervo) hace justos a muchos, como anticipa Isaías 53:11.
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Hebreos 9:28: Declara que Cristo “fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos”, en clara alusión a Isaías 53:12. Aquí también se enfatiza que Cristo aparece por segunda vez sin relación con el pecado, para salvación, lo cual confirma que su primer acto no fue penal sino redentor.
En todas estas referencias, Isaías 53 es entendido como la descripción de una vida entregada con fidelidad, que se convierte en el canal de restauración para muchos. El Siervo no es simplemente un sustituto, sino un ejemplo, un mediador, un testigo, y un pionero de la justicia de Dios. Los creyentes son llamados a seguir sus pasos, compartiendo su obediencia y su confianza en el Dios que restaura.
6. Asham y no Hattat: una distinción esencial
Una observación fundamental para la interpretación correcta de Isaías 53 es que en ningún versículo del pasaje se hace alusión al ḥaṭṭāʾt (ofrenda por el pecado o rito de purificación). El término clave utilizado es asham, y su elección no es arbitraria. Confundir ambos términos implica pasar por alto distinciones teológicas, rituales y simbólicas importantes.
Mientras que el ḥaṭṭāʾt se centra en la purificación de espacios sagrados contaminados por el pecado (Levítico 4), el asham trata con actos de culpa relacionados con la pérdida o violación de lo que es santo o justo. A nivel ritual, el ḥaṭṭāʾt no incluía la aceptación de un carnero macho —algo exclusivo del asham—, y el trato hacia el animal no tenía nada de violento o cruel. Al contrario, el procedimiento era sobrio, respetuoso, y marcado por una profunda conciencia de reverencia. Nunca se describe el proceso como tortura o violencia aplicada al animal.
Algunos lectores modernos han proyectado sobre Isaías 53 interpretaciones que fusionan el ḥaṭṭāʾt con la figura del Siervo, asociando su sufrimiento con un castigo ritualizado. Sin embargo, esto no se encuentra en el texto. El Siervo no es llamado ḥaṭṭāʾt, y su sufrimiento no es presentado como el medio de purificación ritual, sino como la manifestación de una entrega obediente que permite la restitución (asham). La diferencia no es menor: mientras el ḥaṭṭāʾt opera en el ámbito del templo para restablecer pureza, el asham opera en el ámbito relacional, social y sagrado para abrir el camino a la restauración.
Además, el tipo de animales permitidos para el ḥaṭṭāʾt está claramente definido en los textos levíticos. Para el pecado del sacerdote o de toda la congregación se exigía un becerro (Levítico 4:3, 14), mientras que para un líder se prescribía un macho cabrío (4:23), y para una persona del pueblo, una cabra o una oveja hembra (4:28, 32). Nunca se aceptaba un carnero macho como en el caso del asham. Esta regulación refuerza la distinción ritual y simbólica entre ambos ritos, mostrando que el ḥaṭṭāʾt era más restrictivo en cuanto al tipo y sexo del animal, con un enfoque en la limpieza ritual más que en la restitución o reparación de daños
A pesar de esto, se han proyectado sobre Isaías 53 interpretaciones que fusionan el ḥaṭṭāʾt con la figura del Siervo, asociando su sufrimiento con un castigo ritualizado. Sin embargo, esto no se encuentra en el texto. El Siervo no es llamado ḥaṭṭāʾt, y su sufrimiento no se presenta como un medio de purificación ritual, sino como la manifestación de una entrega obediente que permite la restitución (ʾāshām). La diferencia no es menor: mientras el ḥaṭṭāʾt opera en el ámbito del templo para restablecer la pureza, el ʾāshām actúa en el ámbito relacional, social y sagrado para abrir el camino a la restauración.
Una lectura atenta y respetuosa del texto, por tanto, reconoce que Isaías 53:10 está anclado en la figura del asham, y que leer al Siervo como ḥaṭṭāʾt —además de estar ausente del texto— compromete el sentido teológico profundo del pasaje.
7. El castigo de nuestra paz: aprendizaje a través del padecimiento
Isaías 53:5, según la Septuaginta, declara: “Él fue herido por nuestras transgresiones y se debilitó por nuestras iniquidades; la disciplina (paideia) de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos sanados” (παιδεία εἰρήνης ἡμῖν ἐπ’ αὐτόν -paideía eirḗnēs hēmîn ep’ autón-). El uso del término paideia (disciplina, formación, instrucción) en lugar de un término judicial como τιμωρία (castigo) es significativo. Indica que el proceso vivido por el Siervo no debe ser interpretado exclusivamente desde la óptica penal, sino pedagógica y formativa.
Esta lectura encuentra eco en Hebreos 5:8, donde se afirma que Cristo “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia”. El padecimiento no aparece como castigo impuesto por Dios, sino como el contexto en el cual la fidelidad del Hijo se manifiesta y se desarrolla plenamente. La disciplina de nuestra paz recae sobre él, no en el sentido de que él recibe un castigo destinado a nosotros, sino en el sentido de que en su sufrimiento fiel, nos es abierta la posibilidad de una paz restaurada, de una comunión renovada con Dios.
El Siervo, entonces, no es castigado en nuestro lugar, sino que al permanecer obediente en medio del sufrimiento, encarna y revela el camino de la paz. Su llaga no es un símbolo de castigo, sino de sanidad; no una herida punitiva, sino una señal del amor que restaura.
Este entendimiento armoniza con la imagen del asham como habilitador de la restitución y no como pago de deuda en términos retributivos. La paideia del Siervo abre el camino de la paz porque manifiesta la fidelidad de Dios en medio de la aflicción humana.
Esta interpretación fue reconocida también por autores cristianos primitivos como Atanasio, quien en su obra Sobre la Encarnación afirmó que Cristo asumió voluntariamente la disciplina que debía restaurar la creación caída.10 En paralelo, algunos comentaristas rabínicos clásicos como Ibn Ezra, aunque no aplicaban Isaías 53 al Mesías, sí reconocían que la paideia implicaba una acción correctiva y ejemplarizante para el bien del pueblo, más que un castigo retributivo.11
Conclusiones
Isaías 53:10, al presentar al Siervo como ʾāshām, nos introduce en una visión profundamente relacional y restauradora del sufrimiento del Siervo. El término ʾāshām, tal como se emplea en los textos levíticos, está vinculado al reconocimiento de una falta concreta y al inicio de un proceso de restitución. Este contexto permite interpretar la entrega del Siervo como un acto de fidelidad que abre el camino hacia la reconciliación y la renovación.
El sufrimiento del Siervo no se describe como un acto ritual de purificación ni como un castigo impuesto, sino como la manifestación de una obediencia plena, que hace posible que muchos sean restaurados. La expresión “la disciplina de nuestra paz fue sobre él” (Isaías 53:5), traducida en la Septuaginta con el término paideía, subraya el carácter formativo y redentor del padecimiento. Esta disciplina no tiene un tono judicial, sino pedagógico: a través de su fidelidad en medio del quebranto, el Siervo abre la posibilidad de una paz renovada con Dios.
Asimismo, la distinción entre ʾāshām y ḥaṭṭāʾt resulta esencial para una lectura teológicamente precisa. Mientras el ḥaṭṭāʾt apunta a la purificación del espacio sagrado, el ʾāshām se ocupa de restaurar lo que ha sido dañado, tanto en el ámbito sagrado como en las relaciones humanas. El uso exclusivo de ʾāshām en Isaías 53 confirma que la entrega del Siervo no está centrada en la limpieza ritual, sino en la restitución de lo perdido y la apertura de un nuevo camino hacia la comunión.
Esta comprensión encuentra resonancia tanto en la tradición profética como en los escritos del Nuevo Testamento. Allí, la figura del Siervo es reconocida como modelo de obediencia, agente de sanidad y mediador de reconciliación. Su entrega, lejos de ser pasiva, se presenta como activa, consciente y llena de sentido, marcada por la fidelidad a la misión encomendada.
En definitiva, Isaías 53 nos ofrece una visión rica y esperanzadora: el Siervo fiel, al ofrecer su vida como ʾāshām, se convierte en el instrumento de la justicia restauradora de Dios. Su fidelidad en medio del sufrimiento inaugura un camino de paz, sanidad y comunión para muchos. En él, Dios revela su fidelidad, su compasión y su poder para restaurar lo que había sido dañado.
1 Jacob Milgrom, Leviticus 1–16, Anchor Bible 3 (New York: Doubleday, 1991), 336–338.
2 Baruch A. Levine, In the Presence of the Lord: A Study of Cult and Some Cultic Terms in Ancient Israel (Leiden: Brill, 1974), 69–70.
3 Jon D. Levenson, "Is There a Doctrine of the Atonement in the Hebrew Bible?" en The Death of Jesus in Early Christianity, ed. John T. Carroll y Joel B. Green (Peabody: Hendrickson, 1995), 130–131.
4 Gordon J. Wenham, The Book of Leviticus, NICOT (Grand Rapids: Eerdmans, 1979), 225–227.
5 Israel Knohl, The Sanctuary of Silence: The Priestly Torah and the Holiness School (Minneapolis: Fortress, 1995), 109–112.
6 Nobuyoshi Kiuchi, Leviticus (Apollos Old Testament Commentary; Downers Grove: IVP Academic, 2007), 132–135.
7 Jonathan G. Dean, Priest and Victim: Atonement in the Letter to the Hebrews (Eugene: Wipf & Stock, 2018), 87–91.
8 Cf. Levítico 10:17: “¿Por qué no comisteis la ofrenda por el pecado en lugar santo?... a vosotros ciertamente os la dio, para que llevarais la iniquidad de la congregación.”
9 Orígenes, Contra Celsum, 1.67; Targum Isaías 53:10.
10 Atanasio, Sobre la Encarnación del Verbo, §25, en Nicene and Post-Nicene Fathers, Serie 2, Vol. 4, ed. Philip Schaff y Henry Wace (Peabody: Hendrickson, 1994).
11 Ibn Ezra sobre Isaías 53:5, citado en Michael L. Brown, Answering Jewish Objections to Jesus, Vol. 3 (Grand Rapids: Baker, 2003), 49.
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