Capítulo: Tres Palabras para un Solo Ritual: Asham, Jatá y Kafar en Levítico 5

Cuando hablamos de "expiación" en nuestras Biblias, muchas veces asumimos que se trata de un solo concepto. Sin embargo, al observar detenidamente el texto hebreo de Levítico 5, descubrimos que tres palabras diferentes han sido traducidas como "expiación": asham, jattát y kafar. Esta unificación terminológica en las traducciones modernas ha oscurecido la riqueza teológica del texto original. Este capítulo tiene como propósito explorar cada uno de estos términos dentro de su contexto ritual, y mostrar cómo juntos conforman un proceso de restauración completo.


¿Por qué no se deben traducir igual? Una advertencia necesaria

Asignar una misma traducción a asham, jatá y kafar como "expiación" es un error teológico y hermenéutico de gran magnitud. Estas palabras no solo describen realidades distintas, sino que pertenecen a lógicas espirituales y litúrgicas diferentes:

  • Asham alude a una relación de deuda, de responsabilidad moral o legal que debe ser corregida. No purifica ni cubre: restaura y restituye.

  • Jatá describe la contaminación causada por el pecado y la necesidad de purificar el altar o espacio sagrado. No cubre ni repara: limpia.

  • Kafar tiene una connotación relacional, basada en la fidelidad y misericordia de Dios, que cubre misericordiosamente al pecador.

Cuando las traducciones modernas simplifican estas palabras en una sola, privan al lector de comprender el proceso completo de restauración que Dios diseñó. El pecado no solo es una deuda (asham), también es una contaminación (jatá), y al mismo tiempo una ruptura relacional que debe ser cubierta (kafar). Ignorar estas dimensiones es empobrecer la teología de la gracia. El uso indiscriminado del término “expiación” distorsiona el propósito de cada uno de estos actos litúrgicos y desfigura el rostro del Dios que restaura desde su fidelidad y misericordia.


Asham: Restitución de lo Adeudado

La palabra asham (אָשָׁם) aparece inicialmente en Levítico 5:6, pero su función se desarrolla con mayor claridad a partir de Levítico 5:15 en adelante. Allí se establece que si alguien comete una falta contra las cosas sagradas del Señor, debe traer un carnero como asham, junto con el pago del daño más una quinta parte adicional. Esto establece el principio fundamental del asham: se trata de una restitución. Es una ofrenda de responsabilidad moral por haber violado la santidad de Dios o dañado al prójimo.

A diferencia del jatá, que busca limpiar, el asham busca reparar. Y a diferencia del kafar, que cubre desde lo divino, el asham comienza desde la acción humana: confesar, pagar y devolver. El asham no actúa sobre un espacio sagrado, sino sobre una deuda relacional. El enfoque es horizontal y vertical: con el prójimo y con Dios.

Esta ofrenda se activa en contextos donde ha habido apropiación indebida, juramentos falsos o participación en actos impuros sin conocimiento (Lev. 5:17–19; 6:1–7). En todos los casos, lo central es restaurar el daño, no a través de castigo, sino a través de responsabilidad.

La teología del asham se basa en la justicia restaurativa: la necesidad de devolver lo robado, de asumir consecuencias por lo incumplido, y de resarcir con fidelidad lo afectado. No se trata de muerte vicaria ni de castigo sustitutorio. Se trata de devolver lo que es de Dios. Es por esto que el asham se convierte también en una imagen del Siervo en Isaías 53:10. Allí, su vida se ofrece como asham, no como castigo penal, sino como restitución fiel, como una entrega voluntaria que devuelve al Dueño lo que le pertenece: la humanidad restaurada.


Jatá: Purificación de la Contaminación Causada por el Pecado

La palabra jatá (חַטָּאת), traducida comúnmente como “ofrenda por el pecado”, aparece en el mismo capítulo, pero con una función muy distinta. El jatá no busca reparar una deuda, sino purificar un espacio contaminado por el pecado. El altar, el tabernáculo o los objetos sagrados podían quedar impuros ante Dios, y para permitir el acceso divino, era necesario un rito de purificación.

Levítico 5:9 indica que la sangre de esta ofrenda se rocía sobre el altar. Esa sangre no es para pagar una culpa ni para sustituir al pecador, sino para limpiar lo contaminado. La contaminación, en este contexto, no es simbólica ni psicológica, sino litúrgica y espacial. El jatá purifica inmuebles, no personas.

Esto es coherente con el uso que hace el libro de Hebreos cuando afirma que “era necesario que las cosas celestiales fuesen purificadas” (Hebreos 9:23). No se refiere a que las personas sean castigadas, sino a que los lugares donde Dios habita deben ser purificados por medio de sangre.

El error teológico ocurre cuando se enseña que jatá es un sacrificio punitivo. El texto hebreo nunca utiliza zevah (זֶבַח) para referirse al jatá como si este fuera considerado un sacrificio por parte de Dios, lo que indica que no se consideraba un sacrificio en sentido clásico. Es un acto ritual de limpieza. Reducirlo a “expiación” es suprimir su rol como rito de acceso y santificación del espacio sagrado. Es limpiar el lugar para que lo verdaderamente aceptable —la adoración, el holocausto, la entrega— pueda suceder.


Kafar: Cubiertos por la Misericordia y la Fidelidad de Dios

La palabra kafar (כָּפַר), generalmente traducida como “expiación”, proviene del verbo que significa “cubrir”. En Levítico 5:10, aparece al final del proceso, después del asham y el jatá, cuando el sacerdote declara que el pecado ha sido “kafar”. No se refiere a la restitución ni a la limpieza, sino a un acto de gracia divina: el pecado ha sido cubierto y la ofrenda ha sido aceptada.

Proverbios 16:6 afirma: “Con misericordia (jesed) y verdad (emeth) se cubre [kafar] el pecado”. Aquí, el acto de cobertura no depende de la sangre de un animal, sino del carácter de Dios. La misericordia (hesed) y la fidelidad (’emet) son los instrumentos del kafar.

El kafar no es un mecanismo automático ni ritual. Es la expresión final de una restauración completa: cuando hay reconocimiento del daño (asham), purificación del espacio (jatá), entonces el sacerdote declara: estás cubierto. La comunión ha sido restaurada.

Confundir este término con “expiación” en el sentido de castigo hace que perdamos su riqueza relacional. Kafar no es pagar por un delito, sino recibir una cobertura de gracia. En Isaías 6:7, la palabra utilizada para “limpiado” es precisamente kafar, después de que el carbón encendido toca los labios del profeta. Su pecado es cubierto por una acción divina que restaura su comunión con Dios.


Análisis de Proverbios 16:6: Fidelidad y Misericordia como Instrumentos de Kafar

El proverbio 16:6 es un testimonio contundente del carácter relacional del término kafar. El texto hebreo afirma: "בְּחֶסֶד וֶאֱמֶת יְכֻפַּר עָוֹן" —"Con misericordia (chesed) y fidelidad (emet) se cubre (kafar) la iniquidad".

Aquí no hay rito sacrificial, ni altar, ni sacerdote. Lo que hay es una revelación del carácter de Dios: el pecado no se cubre mediante castigo, sino mediante su propia naturaleza misericordiosa y fiel. El paralelismo entre chesed y emet está profundamente arraigado en la autodefinición de Dios en Éxodo 34:6–7, donde se presenta como “grande en misericordia y verdad”.

La palabra kafar en este contexto no puede entenderse como un acto de sustitución ni de castigo penal. Es un acto de cobertura desde una relación. La fidelidad y la misericordia de Dios no son conceptos abstractos: son caminos concretos mediante los cuales Él elige no tomar en cuenta el pecado, no por ignorarlo, sino por cubrirlo con Su gracia. Proverbios 16:6, por lo tanto, es una clave hermenéutica fundamental para interpretar la función final del kafar en Levítico: no como transacción punitiva, sino como restauración relacional.


Análisis de Isaías 6:7: El Kafar como Cobertura Transformadora

Isaías 6:7 relata un momento sagrado e inolvidable en la vida del profeta: “Y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto ha tocado tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.”

En hebreo, la última expresión —“limpio tu pecado”— está construida con la raíz kafar. Aquí no hay mención de sacrificio animal, ni altar terrenal, ni muerte vicaria. Lo que hay es una intervención directa del cielo: un ser angelical toma un carbón del altar celestial y purifica los labios del profeta.

La culpa es quitada (sûr asham), y el pecado es cubierto (kafar). Este uso de asham como carga moral y de kafar como acto final de restauración se alinea perfectamente con Levítico. La diferencia es que aquí no hay rito humano, sino iniciativa divina. Es Dios quien actúa por medio del mensajero celestial para declarar puro a Isaías.

Este texto refuerza la comprensión de que kafar no es un acto ritual en sí mismo, sino la declaración final de una restauración completa: cuando el pecado ha sido cubierto, el llamado puede ser pronunciado. Isaías responde al kafar con su célebre “Heme aquí, envíame a mí.” La cobertura no sólo purifica: comisiona, transforma y envuelve al ser humano en una nueva misión.

Así, Isaías 6:7 ilustra magistralmente que el kafar no es una transacción sangrienta, sino una declaración misericordiosa que inaugura una vida nueva al servicio de Dios.



Una Secuencia Restauradora

Levítico 5 presenta, por lo tanto, un proceso de tres etapas:

  1. Asham: El reconocimiento y restitución de la deuda causada por el pecado (Lev. 5:15–6:7).

  2. Jatá: La purificación del altar o del espacio contaminado (Lev. 5:9, 11-12).

  3. Kafar: La cobertura final del pecado por la misericordia y fidelidad de Dios (Lev. 5:10, 13).

Este proceso no puede entenderse adecuadamente si se reduce todo a "expiación" como una idea punitiva. Cada palabra refleja una dimensión distinta del Dios que restaura, limpia y cubre. La traducción uniforme oculta este dinamismo y empobrece la comprensión del carácter de Dios.


Cristo, el Cumplimiento Pleno

A la luz del Nuevo Testamento, Cristo cumple y supera estas tres funciones:

  • Como asham, lo humano ha sido restaurado y/o restituido a Dios. Su obra nos trae de vuelta a la gloria de Dios. Él devuelve al Padre lo que es suyo: un pueblo restaurado.

  • Como jatá, una vez entrado en el Santuario Celestial como Sumo Sacerdote, limpia nuestras conciencias para que podamos acercarnos al Dios Santo (Hebreos 9:14). Su sangre —vida gloriosa y resucitada— purifica el santuario celestial.

  • Como kafar, nos cubre con su vida resucitada y gloriosa, haciéndonos “aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Su fidelidad se convierte en nuestra aceptación.

Efesios 1:6 declara que hemos sido “aceptos en el Amado”. Esta expresión remite directamente a la última etapa del ritual levítico: después de haber sido purificados y presentar el holocausto, el adorador era declarado aceptado ante Dios. En Cristo, ese proceso se consuma. Él es nuestro Jatá, nuestro Asham y el canal por el cual recibimos el Kafar definitivo.

No estamos ante una transacción legal ni una penalización ritual, sino ante un acto redentor completo: Cristo viene a buscar lo que se había perdido, nos purifica y finalmente nos acepta al cubrirnos con su fidelidad.

Este triple movimiento no sólo transforma nuestro entendimiento del ritual levítico, sino que nos invita a caminar en una relación restaurada con el Dios que perdona, limpia y abraza con misericordia.


Levítico 5:6

"Y para expiación de lo que hubiere pecado, traerá a Jehová por su pecado que cometió una hembra de los rebaños, una cordera o una cabra como ofrenda de expiación; y el sacerdote hará expiación por él por su pecado."

En este versículo, la primera vez que se menciona la palabra “expiación”, el término hebreo es asham. Esta “expiación” no debe entenderse como limpieza o como un sacrificio punitivo, sino como un acto de restitución. El pecado al que se refiere es de tipo económico o relacional (haber jurado en falso, apropiado algo indebido o cometido error legal), y por lo tanto requiere restaurar lo que ha sido dañado. La hembra de los rebaños no es una víctima punitiva, sino el símbolo de una ofrenda que acompaña la restitución.

Levítico 5:9

“Y rociará de la sangre del sacrificio de expiación sobre la pared del altar; y lo que sobrare de la sangre lo exprimirá al pie del altar: es expiación.”

Aquí, la palabra traducida como “expiación” ya no es asham, sino jatá. El contexto indica claramente que lo que está ocurriendo no es una restitución relacional, sino una purificación del altar. La sangre se usa para rociar el altar, un inmueble sagrado que ha sido contaminado por el pecado. El énfasis está en limpiar el espacio litúrgico, no en sustituir o castigar al pecador. Esta sangre no se vierte para redimir al individuo, sino para preparar el altar para recibir adoración legítima.

Levítico 5:10

“Y del otro hará holocausto conforme al rito; y hará el sacerdote expiación por él por su pecado que habrá cometido, y será perdonado.”

En este versículo aparece la tercera palabra traducida como “expiación”: kafar. Ya ha habido restitución (asham) y purificación del altar (jatá). Ahora, el sacerdote declara que la persona ha sido “kafar”: cubierta. Esta cobertura es un acto de misericordia y fidelidad, no de castigo. El pecador ha cumplido el proceso, y por lo tanto se declara reconciliado con Dios. El perdón mencionado es consecuencia del acto divino de cubrir, no de la sangre per se. Este es el clímax del proceso restaurador.

Levítico 5:11–13

Estos versículos describen un caso extremo de pobreza, donde ni siquiera se puede ofrecer un animal. La ofrenda permitida es harina fina. En este contexto, la palabra “expiación” sigue siendo jatá, y no se menciona sangre. Esto es sumamente importante: se realiza una purificación litúrgica del altar usando harina, lo que refuerza que el jatá no necesita muerte ni sustitución. Lo esencial del rito es la limpieza del espacio. La cobertura (kafar) final llega al versículo 13: “Y el sacerdote hará expiación [kafar] por él, y será perdonado.” Es decir, incluso sin sangre, hay perdón, porque hubo purificación y se expresó fe.

Levítico 5:14–19 y 6:1–7

Esta sección marca la diferencia explícita entre asham y jatá. El texto dice: “Cuando alguna persona cometiere falta y pecare por hierro en las cosas santificadas a Jehová, traerá por su culpa a Jehová un carnero sin defecto…” (Lev. 5:15). Aquí, el término hebreo es asham, y se refiere a una deuda contra Dios. Lo que se ha dañado debe ser restituido con una quinta parte añadida. El enfoque es plenamente restaurativo. En 6:1–7 se detallan situaciones concretas: robo, fraude, engaño. El pecador debe devolver lo robado, añadir un 20%, y traer el carnero como ofrenda de restitución. La “expiación” aquí es asham, y debe ser entendida como restauración ética, no como castigo ritual.

Levítico 5:17–19

Este pasaje trata sobre pecados cometidos por ignorancia. Incluso en estos casos, hay culpa, pero el enfoque sigue siendo la restitución. El texto concluye: “y el sacerdote hará expiación [kafar] por él en cuanto a su yerro que cometió por ignorancia, y será perdonado.” Vemos nuevamente la secuencia: hay asham por la deuda, y kafar como cobertura de parte de Dios. Se trata de un proceso completo, no fragmentado ni contradictorio.

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