La Presentación del Sacrificio Hattat: Cuándo, Dónde y Por Quién se Realiza la Expiación
A continuación se presenta un escrito que aborda la temática de la presentación del sacrificio Hattat (חַטָּאת) en la Bíblia, destacando que dicha presentación no ocurría en el instante de la muerte del animal, sino en la aplicación de la sangre sobre el mueble que correspondía en el Tabernáculo (o posteriormente en el Templo). Asimismo, se relacionará este concepto con la carta a los Hebreos, mostrando cómo la obra de Cristo se comprende a la luz de dicho modelo veterotestamentario. El énfasis principal radica en entender el momento, el lugar y el agente de la “presentación” como el verdadero acto expiatorio.
1. Contexto y Pertinencia del Tema
En la cosmovisión religiosa del antiguo Israel, los
sacrificios ocupaban un lugar central en la vida cultual y en la relación del
pueblo con Dios. Entre ellos, el sacrificio Hattat (חַטָּאת), frecuentemente
traducido como “sacrificio por el pecado” o “ofrenda expiatoria”, aparece
descrito con detalle en el libro de Levítico. Una lectura superficial de estos
rituales puede llevar a concluir que la expiación tiene lugar en el momento en
que el animal muere. Sin embargo, un estudio más detenido revela que el núcleo
de la expiación —y por tanto, la verdadera “presentación” del sacrificio— se
hallaba en la aplicación de la sangre sobre un mueble específico dentro del
Tabernáculo o del Templo.
Este detalle, aparentemente técnico, cobra relevancia
teológica cuando se compara con la obra redentora de Cristo descrita en el
Nuevo Testamento, en especial en la carta a los Hebreos. Allí se subraya que
Jesucristo no consumó Su expiación simplemente en el acto de morir en la cruz,
sino que, “por su sangre” y “mediante su vida indestructible”, entró en el
santuario celestial para comparecer ante Dios a favor de los suyos. De igual
modo que en el sacrificio Hattat veterotestamentario la muerte del animal era
solo el paso previo, y la “presentación” de la sangre marcaba la expiación
efectiva, en el Nuevo Testamento la muerte de Cristo provee la base, pero Su
presentación ante Dios como Sumo Sacerdote vivo es el verdadero cumplimiento de
la expiación.
El presente ensayo se compone de varias secciones que
examinan el concepto de Hattat, su desarrollo en Levítico (con especial énfasis
en los capítulos 4 y 16), la diferencia entre la muerte del animal y la
presentación de su sangre, la relevancia del lugar en el que se aplicaba la
sangre (dependiendo del estatus del oferente) y, finalmente, la aplicación
teológica de este modelo a la figura de Cristo en la carta a los Hebreos. Con
ello, se pondrá de manifiesto el papel central de la “presentación” en el acto
expiatorio, y cómo esta comprensión ilumina la teología de la redención
cristiana.
2. El Marco Veterotestamentario del Sacrificio Hattat
El Significado de la Palabra Hattat (חַטָּאת)
La palabra hebrea חַטָּאת (Hattat) proviene de la raíz חטא
(jată), que suele traducirse como “pecar” o “fallar el blanco”. De esta raíz
surge el sustantivo חַטָּאת que se emplea tanto para referirse al “pecado”
mismo como a la “ofrenda por el pecado”. En el contexto del culto levítico, el
término indica una ofrenda específica destinada a expiar faltas concretas,
usualmente involuntarias o por ignorancia descritos en Números 5.
El sacrificio Hattat no se enfocaba tanto en la persona del
pecador, sino en la purificación del espacio sagrado —el Tabernáculo o el
Templo— que resultaba contaminado por las transgresiones. Así, el ritual
incluía la manipulación de la sangre en lugares concretos para “limpiar” o
“purificar” la morada terrenal de Dios, asegurando que Su presencia continuara
entre el pueblo.
Ubicación del Sacrificio en el Sistema de Ofrendas
Levíticas
El libro de Levítico presenta varias categorías de
sacrificios:
- Holocausto
(עֹלָה, ‘olah): Se ofrecía en su totalidad sobre el altar,
simbolizando la entrega absoluta del oferente a Dios.
- Ofrenda
vegetal o cereal (מִנְחָה, minjá): Consistía en presentaciones de
harina, tortas, granos, etc., acompañadas de aceite e incienso.
- Sacrificio
de paz o comunión (שֶׁלָמִים, shelamim): Se consumía parcialmente por
el oferente y su familia, enfatizando la comunión con Dios.
- Sacrificio
por la culpa (אָשָׁם, asham): Generalmente asociado a compensaciones o
reparaciones por daños causados.
- Sacrificio
por el pecado (חַטָּאת, Hattat): Objeto de nuestro análisis, orientado
a la expiación y purificación de pecados que contaminaban la santidad del
santuario.
Aunque cada ofrenda tenía sus matices y finalidades
específicas, el Hattat es quizá el más vinculado con la idea de “purificación
de impurezas” y “expiación de pecados” en el contexto de la santidad divina que
habitaba el Tabernáculo.
Elementos
Esenciales del Ritual
En la lectura detenida de Levítico 4 (y otros pasajes
correlacionados), se pueden identificar varios pasos en el ritual Hattat:
- Selección
del animal: Dependiendo de la posición social del pecador (sacerdote
ungido, comunidad entera, gobernante, individuo común), se elegía un tipo
de animal diferente (becerro, cabra, etc.).
- Imposición
de manos: El oferente ponía su mano sobre la cabeza del animal, señalando
la confianza en el medio propuesto por Dios para la purificación, así como
la pertenencia del animal o tan solo indica el proceso como ha de llevarse
a cabo el degollamiento del animal.
- Degollamiento:
El oferente mismo, o en ciertos casos el sacerdote, degollaba el animal.
- Recolección
de la sangre: Un sacerdote recogía la sangre en un recipiente.
- Aplicación
de la sangre: Este era el acto crucial. Dependía de quién había pecado
para determinar dónde se aplicaba la sangre (altar de bronce, altar del
incienso, velo o incluso el Lugar Santísimo en el Día de la Expiación).
- Quema
de ciertas porciones del animal: Algunas partes eran quemadas en el
altar, mientras que otras podían ser llevadas fuera del campamento.
- Conclusión
y perdón: El texto señala que con la aplicación de la sangre y el
ritual concluido, el mueble era purificado y, como consecuencia, el pecado
era expiado y el oferente recibía el perdón divino.
El punto neurálgico y teológico más notable se ubica en el lugar
en donde se realizaba la aplicación de la sangre del sacrifico hattat.
Allí se define el momento en que la expiación ocurre, y la Escritura remarca
que es precisamente “cuando se hace la aspersión” o “cuando el sacerdote hace
expiación con la sangre”, que el pecador es perdonado.
El Momento de la Presentación: ¿Cuándo Ocurría Realmente la Expiación?
Una lectura que confunde la muerte del animal con la
expiación podría pasar por alto que, en Levítico, el énfasis no recae en el
momento del degollamiento como tal. La muerte del animal, aunque esencial para
obtener la sangre, no es el factor expiatorio principal. El sacrificio se
“presenta” en rigor cuando la sangre, portadora de la vida (cf. Lev. 17:11: “la
vida de la carne en la sangre está”), es llevada al lugar que debe ser
purificado a razón del pecado del oferente.
En Levítico 4:20 leemos: “...y hará expiación por
ellos, y les será perdonado”. Pero si examinamos el contexto de todo el
capítulo, vemos que la “expiación” se vincula directamente con la manipulación
de la sangre y no simplemente con la muerte del animal. El verbo hebreo usado
para “hacer expiación” (כִּפֶּר, kipper) aparece junto al acto de rociar o
untar la sangre en las 4 esquinas el altar.
Diferencias Según el Estatus del Pecador
Levítico 4 presenta varios casos ilustrativos:
- Pecado
del sacerdote ungido (Lev. 4:3–12): El sacerdote umgido ofrecía un
becerro; su sangre se aplicaba en el velo y en los cuernos del altar del
incienso, luego se derramaba el resto al pie del altar de holocausto.
- Pecado
de toda la congregación (Lev. 4:13–21): El proceso es similar al del
sumo sacerdote, con la sangre también introducida en el Lugar Santo y
aplicada al velo y altar de incienso.
- Pecado
de un gobernante (Lev. 4:22–26): Ofrecía un macho cabrío; la sangre se
aplicaba en los cuernos del altar de bronce (el altar del holocausto), sin
entrar al Tabernáculo.
- Pecado
de un individuo común (Lev. 4:27–35): Ofrecía una cabra o cordera (hembra);
de nuevo, la sangre se aplicaba en el altar de bronce.
¿Por qué esta diferencia? La explicación habitual es que el
pecado de quien tiene mayor responsabilidad (sumo sacerdote, o toda la
comunidad) contamina más profundamente el santuario, llegando hasta el Lugar
Santo. De ahí que la sangre deba ser presentada en el altar del incienso y
junto al velo. En cambio, el pecado de un líder o individuo común no “penetra”
al interior, por lo que la sangre se queda en el atrio. En cualquiera de los
dos casos, la presentación del sacrificio hattat ocurre al aplicar la
sangre sobre el mueble asignado.
El Día de la Expiación (Levítico 16)
Si hay un momento clave en el calendario israelita para
entender la dinámica de la expiación, ese es Yom Kippur, el Día de la Expiación
descrito en Levítico 16. En esa ocasión, el sumo sacerdote entraba hasta el
Lugar Santísimo con la sangre de un becerro (por sí mismo) y de un macho cabrío
(por el pueblo), rociando el propiciatorio (o Hilasterion) sobre el Arca de la
Alianza. Aquel era el ritual máximo de purificación, no solo por los pecados
cometidos durante el año, sino para limpiar el propio santuario de las
impurezas acumuladas.
El texto deja claro que la muerte de los animales ofrecidos
en Yom Kippur no bastaba; la culminación se hallaba al “llevar la sangre detrás
del velo” (Lev. 16:15) y rociarla “sobre el propiciatorio y delante del
propiciatorio”. Nuevamente, la Biblia subraya que sin la presentación de la
sangre en el lugar señalado —en este caso, el Lugar Santísimo— no habría purificación
o expiación para el pueblo ni para el santuario.
Esta distinción refuerza la idea central: el ritual
sacrificial hattat se consumaba con la presentación de la sangre en el mueble
sagrado designado, y no simplemente en el hecho de quitarle la vida al
animal.
El Significado Teológico de la “Presentación”
En Levítico 17:11 se revela uno de los postulados clave de
la teología del Antiguo Testamento acerca de la sangre: “...porque la vida de
la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el
altar por vuestras vidas”. En este pasaje, se atribuye a la sangre la cualidad
sagrada de portar la vida. Por ende, el uso ritual de la sangre —su
derramamiento, recolección y aspersión— adquiría un profundo simbolismo: la
vida que expía o purifica la contaminación por el pecado que conlleva a la
muerte.
No se trata simplemente de una sustancia física, sino de un
elemento que encarna la vida misma del ser sacrificado. Cuando el sacerdote
aplicaba la sangre en el mueble correspondiente, estaba presentando ante Dios
la vida que no solo cubría, sino que limpiaba o purificaba la contaminación causada
por el pecado que ensuciaba el espacio sagrado y la conciencia del pecador.
La Presentación Como Acto de Intermediación Sacerdotal
El hecho de que fuera siempre el sacerdote quien aplicaba la
sangre muestra que la expiación requería intermediación. El individuo podía
degollar el animal, pero no podía aplicar la sangre sobre el mueble sagrado
para limpiarlo. Esa era tarea exclusiva del sacerdote, representante legítimo
del pueblo ante Dios.
En el caso de la ofrenda Hattat para el sumo sacerdote o
toda la nación, el sacerdote ungido debía llevar la sangre hasta el interior
del Tabernáculo. Ahí, frente al velo que separaba el Lugar Santo del Lugar
Santísimo, rociaba la sangre siete veces y luego la untaba en los cuernos del
altar del incienso. Concluía derramando el remanente de sangre al pie del altar
del holocausto en el atrio. Dicho acto mostraba que la purificación alcanzaba
“desde el interior hacia el exterior”: se cubrían las áreas más sagradas, y
luego se seguía hasta la zona común.
Por contraste, para un individuo común, el sacerdote no
pasaba del atrio; la sangre se aplicaba en los cuernos del altar de bronce, sin
penetrar en el Lugar Santo. Aun así, la idea de “presentación” se mantenía: el
sacerdote, como mediador, presentaba el
sacrificio al colocar la sangre —y con ella la vida purificadora— en los
cuernos del Altar de Bronce, ante la presencia de Dios, dentro de los límites
establecidos.
La Purificación del Santuario y la Restauración de la Comunión
Aunque el objetivo final parecía ser el perdón individual, este
perdón implicaba la limpieza de los muebles sagrados y del santuario de toda
contaminación. En la cosmovisión de Levítico, el pecado humano afectaba la
pureza del lugar donde Dios habitaba. Al contaminarse el santuario, la comunión
de Dios con Su pueblo se veía comprometida. Por eso, la sangre se aplicaba en
lugares cada vez más cercanos a la presencia divina (Altar de Bronce, Altar de
Incienso, Velo, Lugar Santísimo). Así, la purificación aseguraba la permanencia
de Dios entre ellos y restauraba la armonía en la comunidad.
La presentación de la sangre en el lugar correcto
significaba, por tanto, la purga de las impurezas acumuladas en ese ámbito. En
el caso del sumo sacerdote o de la congregación, la “contaminación” era tan
amplia que había que purificar el Lugar Santo. En el caso de un individuo o
gobernante, no era necesario llegar tan lejos en el santuario, puesto que la
contaminación era de menor alcance simbólico.
Relación con el Nuevo Testamento: La Carta a los Hebreos
El Principio de la Presentación en la Obra de Cristo
La carta a los Hebreos profundiza en la tipología de los
sacrificios veterotestamentarios y los conecta con Cristo, mostrado como el
Sumo Sacerdote definitivo y el sacrificio perfecto. Uno de los pasajes clave se
halla en Hebreos 9:11-12:
“Pero estando ya presente Cristo,
sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto
tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por
sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró
una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna
redención.”
La expresión griega “διὰ τοῦ ἰδίου αἵματος” se traduce
usualmente como “por su propia sangre”, y de ninguna manera “con su sangre” en
el sentido de portar un recipiente físico. Esto sugiere que Jesús no subió al
cielo llevando en las manos su sangre literal, sino que Su entrada en el
santuario celestial (la realidad espiritual tras el tabernáculo terrenal) se
dio “en virtud de” o “por el poder” del derramamiento de Su propia sangre en la
cruz. De la misma manera que en el Hattat la muerte del animal proveía la
sangre, pero la expiación se consumaba al presentarla en el altar, Cristo murió
en la cruz para cumplir con todo lo que estaba escrito respecto a Él, y luego entró
en el lugar celestial para presentarse a sí mismo como el sacrificio vivo.
¿Cuándo y Dónde Ocurre la Expiación de Cristo?
El paralelismo con Levítico es notable. Así como la presentación
del sacrificio Hattat y la correspondiente purificación o expiación no se
completaba al degollar al animal, sino al aplicar su sangre en el Tabernáculo,
el autor de Hebreos indica que Cristo llevó a cabo la presentación de su propio
sacrificio, con su correspondiente purificación resultante, al entrar al Lugar Santísimo
verdadero cual Sumo Sacerdote ante la misma presencia de Dios:
- Lugar
de la presentación: El santuario celestial, figura del verdadero (Heb.
9:24).
- Quién
presenta el sacrificio: Cristo mismo, como sumo sacerdote según el
orden de Melquisedec (Heb. 7:17).
- Cuándo
se presenta: Tras Su muerte y resurrección, al ascender, y antes de
sentarse a la diestra de Dios (Heb. 1:2-3 y 8:1-2).
- Significado
de “por su sangre”: En virtud de Su vida triunfante, de Su resurrección,
Él entra con la autoridad y el poder de su vida indestructible para presentarse
en los cielos cual ofrenda hattat.
Hebreos 9:23-24 agrega:
“Fue, pues, necesario que las
figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas
celestiales mismas, con mejores sacrificios que éstos. Porque no entró Cristo
en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para
presentarse ahora por nosotros ante Dios.”
He aquí la clave: “para presentarse ahora por nosotros
ante Dios”. De igual modo que en Levítico el sacerdote se presentaba ante
Dios con la sangre, Cristo entra al verdadero “Lugar Santísimo” celestial,
ejerciendo Su función sacerdotal posterior a su resurrección, purificando así,
no el santuario terrenal, sino la conciencia de los creyentes y el santuario
celestial.
El Poder de Su Vida Indestructible
En Hebreos 7:16 se habla de Cristo como sumo sacerdote
“según el poder de una vida indestructible”. Esta frase alude a Su resurrección
y eternidad. A diferencia de los sacerdotes levíticos, cuyas funciones
terminaban con la muerte, Jesucristo vive para siempre. Por ende, Él no ofrece
un sacrificio de muerte perpetua, sino que Su vida glorificada es la base de la
expiación eterna y de una intercesión constante.
Si relacionamos esta idea con la “presentación” del Hattat,
vemos que en el antiguo pacto la sangre simbolizaba la vida del animal. En el
Nuevo Pacto, la vida misma de Cristo sería aquella sangre en los cielos, es su
vida en su estado glorificado, es el factor que posibilita la purificación y el
perdón. La presentación del sacrificio, por tanto, ocurre cuando Cristo,
vivo y resucitado, comparece en el santuario celestial para purificarlo e interceder
por los creyentes.
“Por Su Sangre”, No “Con Su Sangre”: Aclaraciones Exegéticas
Un punto que suele plantear dudas es la frase “por su
sangre” (Heb. 9:12). Algunas interpretaciones podrían sugerir que Cristo habría
ascendido al cielo portando físicamente su sangre. Sin embargo, un análisis del
texto griego, así como del contexto conceptual, lleva a concluir que la
intención es expresar que Cristo entra al santuario celestial “en virtud de” o
“mediante” el mérito de su sacrificio consumado.
Esto coincide perfectamente con la dinámica del sacrificio
Hattat, donde la sangre conseguida tras la muerte del animal era el pasaporte
para la purificación de los muebles sagrados con su correspondiente expiación.
Mas el paralelo no ha de llevarse a un literalismo que suponga a Jesús subiendo
con sangre en un recipiente; se trata de la eficacia expiatoria de Su ofrenda
al presentarse Él mismo en los cielos, ahora personificada en Cristo mismo como
sumo sacerdote. Él es, al mismo tiempo, el sacrificio y el sacerdote, llevando
a cabo la presentación del sacrificio hattat en el santuario celestial
verdadero.
El Centro de la Expiación Es la Presencia de la Vida
La enseñanza de Levítico y Hebreos resalta que la expiación
gira en torno a la presentación de la vida (la vida simbólica en la sangre, o
la vida real de Cristo, quien llega a ser sumo sacerdote después de su resurrección)
ante la presencia de Dios. Esto corrige la visión reduccionista de ver el
sacrificio únicamente como un acto violento de muerte. La muerte es el medio
para proveer la sangre, pero la “culminación” expiatoria es la aplicación de
esa sangre —o la presencia de la vida— en el santuario celestial por el Cristo
resucitado.
El Perdón se Otorga a Través de un Mediador
Tanto en el sistema levítico como en la obra de Cristo,
existe la figura de un sacerdote. El individuo no se justifica a sí mismo ni
lleva la sangre al altar por cuenta propia; necesita un mediador. En el
cristianismo, Cristo asume esa mediación perfecta después de su resurrección.
Él no solo llegar a ser el Sumo Sacerdote, sino también es la sangre que purifica
y que vivifica. La sangre rociada sobre el Altar de Bronce, sobre el Altar de Oro,
sobre las Cortinas y sobre el Propiciatorio es figura y sombra de la propia
vida indestructible que intercede por nosotros constantemente en el santuario
celestial, garantizando la eficacia expiatoria, la redención eterna y la
reconciliación con el Padre.
En Hebreos 9:14 se enfatiza que la sangre de Cristo (la presencia
viva de Cristo) limpia la conciencia de obras muertas, de modo que el creyente
pueda servir al Dios vivo. De modo análogo, la sangre del sacrificio Hattat al
ser esparcida sobre los muebles, las cortinas y/o el santuario, limpiaba de las
impurezas externas causadas por el pecado, para restaurar la comunión del
pueblo con Dios. La enseñanza subyacente es que la expiación va más allá de
solo tratar de “quitar culpa”, sino de purificar el interior y el
entorno, habilitando una nueva relación con el Creador.
8. Consideraciones Finales y Conclusión
El sacrificio Hattat ejemplifica de manera contundente que
la muerte del animal era un paso necesario, pero no el acto central de la
expiación. El momento cumbre residía en la presentación de la sangre en el
mueble correspondiente: cuernos del altar de bronce para individuos o líderes,
altar del incienso para el sumo sacerdote o toda la congregación, y
propiciatorio en el Día de la Expiación. Este acto, realizado por el sacerdote,
lograba la purificación efectiva del santuario y la reconciliación con Dios.
Trasladado al Nuevo Testamento, este paradigma ilumina
pasajes fundamentales de la carta a los Hebreos. Cristo, en su rol de Sumo
Sacerdote lleva a cabo la presentación de su sacrificio perfecto en el
santuario celestial, la expiación y/o redención no culmina en la cruz, sino
que, por el poder de su vida indestructible, comparece en el santuario
celestial para aplicar de forma definitiva y perfecta el valor de su ofrenda.
No es “con su sangre” literal, sino “por su sangre”, es decir, debido a la
misma vida que le es intrínseca en la resurrección.
Este entendimiento puede tener un impacto profundo en la
espiritualidad y la teología cristiana:
- Reorienta
la mirada: Enfatiza la importancia de la resurrección y exaltación de
Cristo, mostrándolas como partes esenciales y culminantes del acto
expiatorio, no meros complementos al sacrificio de la cruz.
- Profundiza
la concepción de la salvación: La obra de Cristo no es un evento
congelado en el Calvario, sino un proceso que concluye (o se hace
permanente) en su presencia activa y viva ante el Padre.
- Subraya
la obra sacerdotal: Así como en Levítico el sacerdote era
imprescindible para la presentación de la sangre, en el cristianismo
Cristo es el Sacerdote por excelencia, cuya intercesión continua provee
acceso confiado al trono de la gracia.
- Invita
a la adoración y servicio: Si la expiación es purificación, quienes la
reciben son llamados a un servicio santo, con conciencia limpia, libres de
culpa, para honrar a Dios con sus vidas (Heb. 9:14).
Retomando la Importancia del Lugar y Momento de la Presentación
Es necesario recalcar que cada “mueble” dentro del
Tabernáculo y Templo poseía un nivel de santidad específico:
- Altar
de Bronce (Holocausto): En el atrio, accesible para todo el pueblo,
donde se presentaban la mayoría de los sacrificios diarios.
- Altar
del Incienso: En el Lugar Santo, más cercano a la presencia divina
para el sacerdote, donde se ofrecía incienso aromático y era mucho más
restringido el acceso.
- El
Velo y el Propiciatorio: En el Lugar Santísimo, donde se hallaba el
Arca de la Alianza. Solo el sumo sacerdote ingresaba allí una vez al año
en el Día de la Expiación.
La variación del sitio donde se aplicaba la sangre ilustra
que no todo pecado contamina con la misma profundidad, y que la amplitud
de la expiación depende en parte de la responsabilidad o el cargo del pecador.
Sin embargo, en todos los casos, la expiación se realiza únicamente cuando la
sangre (la vida) es presentada por el sacerdote en el lugar exacto que Dios ha
determinado.
Convergencia con la Teología Cristiana
La teología cristiana, particularmente aquella reflejada en
Hebreos, se construye sobre la base de estos principios. Jesús es el Mediador
que, habiendo ofrecido su propia vida en sacrificio, presenta Su sacrificio
en el tabernáculo celestial después de su resurrección (concepto clave)
ante Dios con el fin de lograr una purificación real y duradera. Este acto
trasciende los límites de los sacrificios antiguos, puesto que Su sacerdocio es
eterno, y su santuario es el cielo mismo. Su vida indestructible asegura que la
expiación no sea un evento efímero, sino una realidad permanente accesible para
todos los que se acercan a Él.
Finalmente, cabe reiterar la esencia del punto tratado: el
sacrificio no se presenta en el momento de la muerte del animal, sino cuando su
sangre es aplicada en el lugar indicado. Este matiz, que pudiera parecer
secundario, resulta fundamental para una lectura certera de Levítico y de gran
utilidad para interpretar la soteriología cristiana. Es allí donde se ve de
forma diáfana que la muerte es condición necesaria, pero no suficiente; la
sangre, es decir la vida, debe ser “puesta” ante Dios, bien sea en el
Tabernáculo terrenal o, en la plenitud de los tiempos, en el “verdadero
tabernáculo” celestial.
Epílogo: Hacia una Comprensión Integral de la Expiación
La comprensión de la expiación en la Biblia se enriquece
notablemente al tener en cuenta las prácticas veterotestamentarias y su
desarrollo tipológico en el Nuevo Testamento. La noción de “presentación” del
sacrificio Hattat nos lleva a concluir que:
- La
expiación es esencialmente un acto de restauración de la comunión con Dios:
Se restaura tanto la santidad del espacio sagrado como la relación del ser
humano con su Creador.
- El
momento clave no es la muerte, sino la aplicación de la vida
(simbólicamente, la sangre): Así como la muerte es un paso previo, la
vida es el elemento activo que expía.
- La
presentación de la sangre exige un mediador: El sistema levítico
contaba con sacerdotes designados por Dios; en el Nuevo Pacto, es
Jesucristo el Sumo Sacerdote definitivo.
- La
eficacia última se halla en el Santuario Celestial: Aquello que el
Tabernáculo y el Templo ilustraban de manera terrenal, se cumple de forma
absoluta en la dimensión celestial, donde Cristo ejerce su sacerdocio
eterno.
Volviendo a la pregunta inicial de este ensayo: “¿Cuándo y
dónde se presenta el sacrificio Hattat?” La respuesta veterotestamentaria es
clara: se presenta en el instante en que el sacerdote aplica la sangre en el
mueble estipulado (altar de bronce, altar del incienso, propiciatorio). La
muerte del animal era solo el medio para obtener la sangre. Desde la
perspectiva cristiana, el paralelismo es igual de contundente: Jesús muere en
la cruz, pero su sacrificio se “presenta” o “se consuma” cuando, por el poder
de su vida indestructible, entra al santuario celestial y comparece ante el
Padre como nuestro Sumo Sacerdote.
Esta visión no subvalora la cruz, pues sin la muerte no
habría “vida ofrecida”. Sin embargo, profundiza el entendimiento de la obra de
Cristo, mostrándola no como un simple acontecimiento histórico, sino como un
acto de eterna vigencia en la presencia de Dios. El creyente vive en la
seguridad de una expiación plena, concluida y al mismo tiempo activa, pues su
Mediador permanece para siempre ante el trono celestial. Y así, la antigua
tipología del Hattat encuentra su perfecto y glorioso cumplimiento en Aquel
que, no “con sangre ajena”, sino “por su propia sangre”, entró de una vez y
para siempre en la morada suprema de Dios.
Referencia Breve a Pasajes Citados o Comentados
- Levítico
4: Estructura básica de los sacrificios Hattat según el tipo de
pecador.
- Levítico
16: Día de la Expiación; presentación de la sangre en el Lugar
Santísimo.
- Levítico
17:11: Teología de la sangre como portadora de vida.
- Hebreos
7:16: Cristo Sumo Sacerdote según el poder de su vida indestructible.
- Hebreos
9:11-14, 23-24: Cristo no entra con sangre de animales sino con la
eficacia de su propia vida ante el santuario celestial.
Palabras Finales
La enseñanza fundamental que emerge de este estudio es que
el sacrificio Hattat no se consideraba “presentado” ni “efectivo” en el mero
acto de la muerte del animal. La muerte era necesaria, pero constituía solo la
fase inicial del proceso sacrificial. El clímax espiritual y teológico se
producía cuando la sangre era aplicada en el altar o espacio sagrado indicado,
pues allí se efectuaba la purificación y se restablecía la comunión entre Dios
y Su pueblo.
Esta misma lógica se eleva a su máxima expresión en la
persona de Jesucristo. Él, siendo tanto sacrificio como sacerdote, se
presenta en el santuario celestial para efectuar la expiación de una vez y
para siempre. Lo hace no simplemente a través de un rito terrenal, sino por la
ofrenda de sí mismo, validada por su resurrección y ascensión. Es en ese acto
continuo y permanente de presentarse ante Dios que se fundamenta la esperanza
cristiana de perdón y reconciliación eterna.
Con ello, se concluye que el estudio minucioso del modelo
veterotestamentario de los sacrificios, y en concreto del Hattat, ofrece luces
invaluables para entender la soteriología del Nuevo Testamento. Al fin y al
cabo, la revelación bíblica presenta un único plan redentor, en el cual los
símbolos y figuras del antiguo pacto señalan hacia la obra culminante de
Cristo, el Cordero y Sumo Sacerdote perfecto. En ese sentido, comprender
“cuándo” y “dónde” se presentaba el Hattat en la época de Moisés nos abre la puerta
a ver con mayor claridad “cómo” y “por qué” la presentación definitiva ocurre
en el santuario celestial por medio de Jesús.
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