Un Acto Sumo Sacerdotal: La Expiación y Nuestra Redencion
La expiación es uno de los temas más esenciales y profundos dentro de la teología cristiana. A lo largo de la historia, teólogos de distintas tradiciones han reflexionado sobre la naturaleza de la expiación y su impacto en la humanidad. En este ensayo, se propone abordar la expiación no solamente como el evento de la muerte de Cristo en la cruz, sino como un proceso que se cumple plenamente en su función como sumo sacerdote, alcanzando su culminación no en la cruz, sino en la entrada de Cristo al Lugar Santísimo celestial después de su resurrección y ascensión. La expiación, entendida de esta manera, destaca que la verdadera obra redentora de Cristo no se completa únicamente en la cruz, sino que incluye su entrada triunfal al cielo, donde Cristo ofrece su sangre como el sacrificio perfecto ante el trono de gracia.
Muerte y Resurrección: Dos Momentos Cruciales en la Expiación
La tradición teológica clásica ha tendido a poner el énfasis casi exclusivo en la obra redentora de Cristo como un evento consumado en la cruz. Sin embargo, si bien la muerte de Cristo es un elemento esencial en el proceso expiatorio, no puede ser entendida como el único acto de redención. La cruz es solo el primer momento dentro de un proceso más amplio que culmina con la ascensión de Cristo y su entrada en el Lugar Santísimo celestial. Este segundo momento, muchas veces subestimado, es la entrada de Cristo en el cielo después de su resurrección, donde se presenta como el verdadero sumo sacerdote (Hebreos 9:24).
En la cruz, Cristo derrama su sangre, tal como lo anticipa Hebreos 9:22: "sin derramamiento de sangre no se hace remisión." No obstante, este derramamiento de sangre en sí mismo no es la totalidad de la obra expiatoria. Cristo, después de haber resucitado, cumple la parte más elevada de su ministerio al entrar en el cielo y presentar su sangre ante el trono de Dios, cumpliendo así el rol de sumo sacerdote. Hebreos 9:11-12 lo describe claramente: "Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo [...] entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención."
Este acto sacerdotal es crucial porque refleja el ritual del día de la expiación en el Antiguo Testamento, cuando el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo con la sangre del sacrificio. Del mismo modo, Cristo, en su resurrección y ascensión, entra al Lugar Santísimo celestial para completar el proceso de redención, tal como lo señala Hebreos 9:24: "Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios."
El Hilasterion: El Trono de Gracia y el Lugar de Expiación
El hilasterion, o propiciatorio, mencionado en Romanos 3:25, es la cubierta del arca del pacto donde, en el sistema levítico, se efectuaba la expiación de los pecados del pueblo. Esta tapa era el lugar donde el sumo sacerdote rociaba la sangre del sacrificio, y que tenía como consecuencia de reconciliación del pueblo con Dios (Levítico 16:15-16). En el Nuevo Testamento, se nos dice que Cristo es nuestra propiciación (hilasterion), y que mediante su sangre se obtiene la remisión de los pecados (Romanos 3:24-25).
Sin embargo, lo que se destaca aquí no es solo el acto de derramar la sangre en la cruz, sino lo que sucede después: la presentación de Cristo por medio de esa sangre en el Lugar Santísimo celestial. Hebreos 8:1-2 señala que Cristo es nuestro sumo sacerdote en "el santuario, en el verdadero tabernáculo, que levantó el Señor, y no el hombre." Este lugar celestial es donde Cristo realiza su función sacerdotal, cumpliendo lo que era solo una sombra en los rituales levíticos (Hebreos 10:1).
El Sacerdocio de Cristo según el Orden de Melquisedec
El libro de Hebreos es claro al señalar que Cristo no pertenece al sacerdocio levítico, sino que es un sacerdote según el orden de Melquisedec (Hebreos 7:17), un sacerdocio superior y eterno. Antes de su muerte y resurrección, Cristo no asumía el rol de sumo sacerdote, ya que la ley levítica no se lo permitía (Hebreos 7:14). Sin embargo, después de su resurrección, Cristo es declarado sumo sacerdote, y en ese rol, realiza la obra expiatoria en los cielos en su plenitud.
Hebreos 7:27 recalca que Cristo "no necesita cada día, como aquellos sumos sacerdotes, ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo." Así, la expiación que Cristo realiza no es repetitiva, sino única y definitiva, y se completa cuando, después de resucitar, entra en el cielo por medio de su sangre ante el trono de la gracia.
La Justicia Redentora y Restauradora de Dios
La expiación llevada a cabo en los cielo por Cristo como nuestro Sumo Sacerdote revela la justicia de Dios de manera plena, pero es crucial entender que esta justicia no debe interpretarse exclusivamente desde una perspectiva de retribución. En vez de esto, la justicia de Dios es ante todo redentora y restauradora. Romanos 3:26 nos muestra que en la obra de Cristo, Dios es "justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús."
La muerte de Cristo en la cruz, como se menciona en Mateo 26:28, inaugura el nuevo pacto mediante la sangre, pero no es el fin de la historia. La justicia redentora de Dios se revela plenamente cuando Cristo, resucitado, entra al cielo y se presenta por medio de su sangre en el Lugar Santísimo verdadero. Así, la justicia de Dios no es meramente punitiva, sino que tiene como fin la restauración de la relación de la humanidad con Dios, tal como se ve en 2 Corintios 5:18-19, donde se nos dice que Dios, por medio de Cristo, reconcilia al mundo consigo mismo. Note que no es Dios quien es reconciliado, porque esto implicaría un cambio en Dios mismo. Es el hombre quien cambia y quien es reconciliado.
El Error de Limitar la Expiación a la Cruz
Uno de los errores teológicos más comunes es limitar la obra expiatoria de Cristo exclusivamente a su muerte en la cruz. La cruz es parte de un evento más amplio que tiene como resultado nuestra redención eterna, por lo tanto, no puede ser vista como un acto aislado. Cristo, al morir en la cruz, derrama su sangre para el perdón de los pecados (Efesios 1:7), pero es al presentarla en el Lugar Santísimo celestial donde se completa la obra de redención. El apóstol Pablo escribe en Efesios 2:6 que Dios "nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús," indicando que nuestra redención se consuma en esa dimensión celestial.
Por lo tanto, la obra redentora de Cristo abarca tanto la cruz como la resurrección y la ascensión. Este proceso completo revela la justicia y el amor de Dios hacia los suyos. Como afirma Romanos 8:34, "Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros."
Conclusión
La expiación no se completa únicamente en la cruz, sino que debe ser comprendida como un proceso que incluye tanto la muerte de Cristo como su resurrección, ascensión y entrada en el Lugar Santísimo celestial. Hebreos 10:12 nos asegura que Cristo "habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios." Es allí, en el trono de gracia, donde la justicia de Dios se revela plenamente como una justicia redentora y restauradora.
La muerte de Cristo no solo hizo posible el perdón de los pecados, sino que inaugura un nuevo pacto basado en la gracia y la misericordia divinas, un pacto que no depende de sacrificios repetidos, sino de la obra única y definitiva de Cristo en la cruz como cordero del nuevo pacto. Pero la justicia de Dios es revelada a través de la resurrección de entre los muertos y su entrada triunfante en los cielos como Sumo Sacerdote. Es así que el acto redentor de Cristo concluye, e incluye tanto su muere en la cruz como su entrada ante el Trono de la Gracia cual Sumo Sacerdote por medio de su propia sangre, así como la intercesión continua de Cristo en el cielo mismo.
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